Decidí vivir mi vida viajando

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Redactor
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No creo merecer el título de Viajera, hay quienes han conquistado más kilómetros que yo y porque no he viajado tantas veces, no tanto como he querido, pero cuando me di cuenta de que la primera vez que quise partir, a los 17 años, fue porque sentía algo que me tiraba, algo más que unas simples ganas, de que me he ido sin saber exactamente qué hacía hasta que ya estaba lejos de todo lo conocido, de que los viajes cuando tienen que pasar, ¡pasan!, no antes, no después, de que me fuí, lo pasé mal, pero quise una revancha, ¡y la tuve!… entendí que viajar es la historia de mi vida.

Por ahí por febrero de 2006 tuve una conversación que sin querer marcaría un antes y un después, que terminó con un “es ahora o nunca” y en una decisión: postular a un intercambio a través de mi universidad para estudiar en España; apenas llegó marzo comencé el proceso de aplicación y a fin de junio tenía en mis manos la carta de aceptación del Politécnico de Valencia.

Nunca pensé realmente qué hacía ni qué podría pasar; nunca había salido de Chile, no sabía cocinar, usar la lavadora, hacer el supermercado, pero ¡se me ocurrió ir al otro lado del mundo!… y me fui, sola, con 22 años, 800 euros y 2 maletas por 6 meses.

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Aterricé en Barcelona en agosto, allí estuve en casa de mis tíos un par de semanas, y partí con destino final Valencia. Hubo buenos momentos, hice amigos que fueron mi familia, pero no fue fácil y bonito, es más, para ser sincera lo pasé mal. Esos meses me parecieron años… el miedo que todos dicen tener antes de partir, yo lo sentí allí, cuando estaba completamente sola y tuve que volverme independiente a la fuerza, tuve dificultades para arrendar habitación porque me pedían 2 meses de garantía, enfermé de rotavirus en mi primer día de trabajo, tuve un problema donde vivía, me fui y pasé las siguientes 3 semanas durmiendo en el sofá de un chico de Perú, trabajé 6 días a la semana para mantenerme, quería estar conectada en MSN y Skype todo el tiempo, no tenía computador y usaba internet en la universidad o en casa de mis amigos, llamaba a mi casa desde un centro de llamados, andaba con un mapa de papel en la mochila, los españoles no me entendían cuando hablaba, operaron a mi abuela del corazón, mi mamá enfermó, murió alguien que fue importante para mí, no viajé más, hasta quebró la aerolínea con la que tenía mi pasaje de regreso… lloré y conté los días que faltaban para regresar… ¡todo lo que podría pasar, me pasó!, no fue fuerte, solo sobreviví.

on a journey

Regresé en febrero de 2007 y, aunque no lo crean, lo más difícil de irme fue estar de vuelta. Después de meses supe lo que había hecho, me había ido a Europa, con dinero para un mes, sola y me las arreglé sola, ¡una locura! me decían todos, en ese tiempo y a los 22 años nadie pensaba en irse de la casa a vivir a otro país sin ni un peso… Ver que allá y acá eran tan distintos, la cultura, como funciona la sociedad, incluso el idioma, que me provocó una curiosidad tan grande por ver lo que hay allá afuera que no podría ignorar, que aquí absolutamente todo seguía igual y yo ya no era la misma… Entonces supe que ya no podría parar.
Comenzó a correr el tiempo y con él mis intentos de partir; el primero en 2009 a través de una ONG para hacer una pasantía en España, o donde fuera, y luego en 2010 apliqué a una beca para estudiar un post grado en Barcelona o Milán, pero no lo conseguí. La vida siguió, en marzo de 2011 entré a Magister, en mayo de 2012 vine a vivir a Santiago por trabajo, dos años después arrendé un departamento, me fui a vivir sola y las ganas de comerme el mundo poco a poco quedaban atrás.

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¡Pero no!… en abril de 2015 me despidieron del trabajo y acto seguido hice la más potente declaración que he hecho en mi vida: “Me voy a recorrer el mundo”, pero en ese momento no tenía otra opción que esperar, buscar trabajo y seguir con mi vida… hasta que un día cualquiera de noviembre, le dije a mi mejor amigo que las ganas de viajar me quitaban el sueño, y él respondió “ándate”, ¡como si fuera tan fácil!… y lo era, era el momento justo, sentía miedo de dejar la seguridad para regresar “en pelota” a comenzar de nuevo, pero me daba más miedo no hacerlo, y en ese instante decidí irme.

Antes que todo, solo una opinión me importaba, la de mi mamá, y fue justo lo que necesitaba oír: “a mí me hubiese gustado hacerlo”, y luego todo comenzó a calzar. A la semana siguiente saqué el pasaporte, el 31 de enero de 2016 me despidieron de mi segundo trabajo y 5 minutos después estaba dando aviso para dejar mi departamento, el sábado compré mi pasaje a Barcelona, en febrero vendí mis cosas y a fin de mes me fui a Viña del Mar a esperar el día… ¡lo dejé todo!

Pasaron 10 años, pero ¡los viajes también dan revancha!… Desde el 21 de marzo y durante 108 días di una vuelta a Europa desde Barcelona, crucé a Roma, subí por Florencia, Siena, Pisa, Milán, Venecia, atravesé a Bucarest, regresé a Estambul y Atenas, retomé el camino hacia Viena, Bratislava, Bojnice, Piestany, seguí por Praga, Berlín, Groninga, Ámsterdam, crucé hacia Liverpool, Londres, y di vuelta a Rennes, Saint-Malo, Cancale, París, bajé a Madrid, Salamanca, Porto, Lisboa, Sintra, doblé a Sevilla, Granada, Valencia, hasta llegar nuevamente al punto de partida.

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Si me preguntan ¿Cómo me fue?… Aprendí lecciones para la vida, como saber que todo estará bien cuando aparece un McDonalds o un Starbucks en el camino (¡baño y wifi gratis!), que solo necesito un mapa para conquistar el mundo, a perderme sin miedo (y con Google Maps), planear sobre la marcha, cambiar el plan o simplemente no tener plan. Me re encontré con Barcelona y Valencia para darme cuenta de cuanto yo había cambiado, me robaron en el hostel en Florencia, tuve problemas con mi tarjeta en Pisa, estuve enferma desde Milán hasta Bucarest; lloré de felicidad cruzando el Gran Canal en Venecia y sentí una mezcla entre miedo y gloria al ver Turquía desde la ventana del avión, se me erizó la piel al escuchar el llamado a orar en Estambul y reí cuando un turco me gritó «eh guapa» en el Gran Bazar, casi pierdo el bus desde Praga a Berlín, me dejé sorprender al ver las casas en los canales en Groninga y la marea subir frente a mis ojos en Saint-Malo. Viajé sola, pero nunca lo estuve, visité amigos y conocí personas que fueron parte de mi camino y hoy de esta historia, dije “voy” sin saber bien dónde ni con qué me encontraría, desperté en un país y dormí en otro, mi marca más alta fue estar en 4 ciudades de 4 países distintos en 7 días, me despedí de lugares con lágrimas en los ojos, saqué sonrisas a policía internacional al ver mi pasaporte chileno, escuché «wow it’s so far away from here» cada vez que dije «I’m from Chile» y olvidé un poco como hablar en “chileno”… Entendí que en el camino siempre habrá un momento en el que querré teletransportarme a casa por unas horas para luego seguir, que viajo porque amo la sensación camino a un lugar del que solo he oído “alguna cosa” o que con suerte miré en Google antes de comprar el pasaje, que no estaba haciendo un alto en mi vida, sino que ¡ESA ERA MI VIDA!

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Volví a casa para extrañar estar de viaje… el pasaporte en mi mochila, el despertar y no tener más por hacer que conocer el mundo, sonreir al escuchar hablar español o sentir un nudo en la garganta si era un “cachay” seguido de un “ya po”, la adrenalina de cruzar otra frontera y la Fanta limón… Volver para darme cuenta de que me siento invencible y hasta con superpoderes después de tan grande hazaña, que saboree la libertad, ¡sí, fui libre, y libre de verdad!, que si estoy en casa es solo para volver a partir, que mi vida se resume en días viajando y días que faltan para partir… porque viajar es la historia de mi vida.

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