Un turista argentino visitó Santa Teresa esperando conocer la vida costarricense, pero terminó topándose con un lugar tomado por extranjeros. Su comentario despertó una oleada de indignación, pero también de reflexión.
Un simple comentario hecho por un turista argentino en redes sociales encendió el debate en Costa Rica. Al visitar Santa Teresa de Cóbano, una localidad costera en la península de Nicoya, el visitante expresó su sorpresa —y cierto desconcierto— al no encontrar locales.
“No hay ticos. No es un lugar de ticos. Hay argentinos, franceses, alemanes… y precios para esos bolsillos”, afirmó en su publicación.
El tono de su comentario era más de perplejidad que de crítica, pero muchos costarricenses lo recibieron con indignación. No por lo que dijo, sino porque puso en evidencia un problema que llevan tiempo denunciando: la transformación de sus comunidades en burbujas turísticas donde los propios costarricenses ya no pueden vivir, trabajar ni vacacionar.
El espejo incómodo
Las reacciones no tardaron en llegar. En redes sociales, muchos usuarios señalaron que Santa Teresa es ahora un lugar donde el costo de la vida ha subido desmesuradamente, con alquileres y precios pensados para turistas extranjeros, sobre todo europeos y norteamericanos.
“Hace rato que ya no es nuestro”, escribió una tica en X (antes Twitter).
“Nosotros construimos el paraíso y ahora ni podemos pisarlo”, lamentó otro comentario viral.
Gentrificación tropical
El caso de Santa Teresa es paradigmático: antiguamente un tranquilo pueblo costero, hoy está repleto de hoteles boutique, restaurantes veganos, cafés con nombres en inglés y decenas de negocios abiertos por expatriados. Esto ha desplazado a muchas familias locales y ha generado una dependencia económica casi total del turismo extranjero.
El testimonio del argentino funcionó como catalizador. Muchos agradecieron que alguien de fuera lo señalara sin filtros. Otros, sin embargo, le reprocharon que hablara desde el privilegio del turista que llega, se sorprende y se va.
¿Y los ticos?
La pregunta, al final, sigue vigente. No solo en Santa Teresa, sino en muchos rincones del país y del mundo donde los locales ven cómo sus entornos se transforman para complacer al visitante, mientras ellos son poco a poco empujados hacia los márgenes.
¿Dónde están los locales?
Este caso no es único. En España, especialmente en zonas como las Islas Baleares, Barcelona o Tenerife, la gentrificación y el turismo masivo han provocado reacciones similares. Los residentes se enfrentan a alquileres inasumibles, negocios tradicionales que cierran para dar paso a cafeterías “instagrammeables” y una sensación general de desarraigo.
En Mallorca, por ejemplo, se han registrado protestas vecinales denunciando la invasión de turistas que convierten las calles en pasarelas de selfies y fiesta continua. La situación es tal que algunas plataformas de viajes han incluido estos destinos en sus listas negras por saturación.
Italia y los TikTokers en Roccaraso
El impacto de las redes sociales tampoco pasa desapercibido. En Roccaraso, una pequeña estación de esquí en Italia, una ola de visitantes impulsada por vídeos virales en TikTok colapsó la zona en plena temporada. Se estimó que llegaron más de 20.000 personas en un solo fin de semana, superando con creces la capacidad del lugar y dejando consecuencias en el entorno y en la calidad del servicio.
Dubrovnik, una ciudad al límite
En Croacia, la célebre Dubrovnik (famosa por ser uno de los escenarios de Juego de Tronos) ha comenzado a tomar medidas urgentes para frenar la masificación. Limitación de cruceros, restricciones de acceso y campañas de concienciación son algunas de las estrategias puestas en marcha para devolver la ciudad a sus habitantes.
Un llamado a la reflexión y la gestión responsable
Estos ejemplos nos invitan a reflexionar sobre el modelo turístico actual. Aunque trae beneficios económicos, también plantea serios retos sociales y culturales. La pregunta es clara: ¿a quién pertenecen las ciudades y los pueblos turísticos? ¿Pueden convivir el visitante y el residente sin que uno desplace al otro?
La respuesta pasa por una gestión sostenible del turismo, donde se respeten los ritmos y derechos de quienes viven en estos destinos, se regulen los precios y se apueste por un modelo de convivencia en lugar de sustitución.