Envueltas entre el mar y las cercadas por las verdes colinas del norte de Irlanda, incontables construcciones de ladrillo dibujan la ciudad de Belfast. Desde las vetustas fachadas adornadas por el arte urbano hasta los trazos arquitectónicos que ha perfilado el Titanic, la antigua potencia industrial y naval, marcada por sus históricos conflictos, rebosa ahora color y vitalidad con atractivas propuestas vanguardistas que llenan sus espacios de música y creatividad.
Son varios los estilos que definen los edificios más emblemáticos y dan dinamismo a las siempre animadas calles. La biblioteca Linen Hall mantiene el alma de sus inicios, cuando fue fundada en 1788; el Museo Ulster recorre la historia de Irlanda del Norte junto a los apacibles jardines botánicos, la reputada Queen’s University y las casas victorianas del Queen’s Quarter; y el ayuntamiento, inaugurado en 1906 con estilo renacentista, preside el alma de la urbe. Frente a este último se levanta el hotel Grand Central, la torre más alta de Belfast con el skybar The Observatory en su última planta, que funciona como el mejor mirador imaginable. El pasado industrial de Belfast sigue muy presente en Linen Quarter, al sur del ayuntamiento. Este barrio, en el siglo XIX, se conocía como Linenopolis debido a su posicionamiento líder en la producción de lino. Aquellos viejos molinos los ocupan hoy bares chics, oficinas modernas y restaurantes populares.
A las afueras, el edificio más excitante, a la par que estremecedor, es Crumlin Road Gaol, una prisión victoriana del siglo XIX que se mantuvo en funcionamiento hasta 1996. A pesar de las actividades paranormales que en ella se han registrado, vinculadas a las 17 personas que fueron ejecutadas entre sus paredes de roca basáltica, recibe visitas, eventos, fiestas e incluso a novios que la eligen para celebrar su día más especial.
Las huellas del Titanic se mantienen vivas en lugares como los jardines memoriales del ayuntamiento, que rinden tributo a aquellos que perdieron su vida en el fatídico primer y único viaje del barco, o en el barrio que le vio nacer, Titanic Quarter. Situado en la desembocadura del río Lagan, acoge un hotel de estilo victoriano que también lleva su nombre. Está ornamentado con ladrillos y ventanas en el exterior y con luminosos techos abovedados en sus salones. Fue inaugurado en 2017 en la sede de Harland & Wolff, centro neurálgico del astillero más grande del mundo y donde se han diseñado miles de barcos célebres entre los que también figuran el Britannic y el Star Olympic.
Eran construidos en las gradas contiguas, en las que actualmente se encuentra el Museo del Titanic, dedicado a la historia del transatlántico. El llamativo edificio fue obra del arquitecto Eric Kuhne con forma de proa y un revestimiento en aluminio que parece darle movimiento como si de un barco zarpando de puerto se tratara. Un poco más adelante también es posible adentrarse en el SS Nomadic, la pequeña embarcación de vapor que trasladaba a los pasajeros hasta el Titanic, ya que, por su tamaño, debía fondear mar adentro.
La música es otro de los principales motores de la región y su gran recurso para transformar vidas. Desde Van Morrison a Snow Patrol, Two Door Cinema Club o la flauta de James Galway. Para ser un territorio tan pequeño, el talento crece sin pausa como resultado de una rica herencia que engloba todos los géneros musicales. No es de extrañar que la Unesco reconociera a Belfast como Ciudad de la Música en noviembre de 2021, pasando a formar parte de la prestigiosa Red de Ciudades Creativas. Además, Belfast organiza festivales junto a Nashville, la ciudad estadounidense famosa por su sonido. Algunos pubs centenarios como The Crown Bar, Whites Tavern, McHughs o The Duke of York son los mejores sitios para echarle un pulso a la entretenida escena nocturna y vibrar al son del jazz, el folk o el punk.
El encantador Barrio de la Catedral, que toma nombre de la catedral de Santa Ana, atravesada por una enorme aguja de acero, es el más antiguo y un auténtico hervidero cultural donde los contrastes se suceden en sus bonitas y añejas calles empedradas, salpicadas por el arte urbano y seducidas por la melodía que rezuman sus más de 50 centros creativos. En las últimas dos décadas, la zona ha experimentado el gran renacer de la ciudad gracias a los restaurantes, hoteles, pubs, exposiciones y salas de teatro alojadas en sus edificios del siglo XIX. Entre ellos sobresalen The Black Box y el Centro Metropolitano de Arte (MAC), dos espacios multifuncionales con varias galerías para disfrutar del arte con los cinco sentidos. Otro de esos lugares catalizadores del ritmo en el barrio es Oh Yeah, un centro musical ubicado en un antiguo depósito de whisky que dispone de salas de ensayo, un estudio de grabación, un aula de composición de canciones y otras zonas concebidas para crear.
Durante los fines de semana resulta indispensable visitar el mercado de St. George, al que acuden productores y artesanos desde distintos puntos de la comarca. En él conviven puestos de arenques en conserva, pescado, marisco y otros de comida preparada entre los que destaca el tradicional y contundente desayuno Ulster fry, el plato favorito desde la época victoriana compuesto por salchichas, beicon, huevos y tomate. Tampoco faltan vendedores de artesanía, ropa, libros, flores e incluso objetos para coleccionistas. El mercado se construyó entre 1890 y 1896, y desde entonces ha cosechado varios premios por sus productos frescos y su concurrido ambiente con el que promueve el comercio local acompañado de música en vivo.