Esta fortaleza imponente está emplazada a apenas una hora de la ciudad de Gdansk, en el norte de Polonia
Es el castillo gótico de ladrillo más grande de todo el planeta, cuenta también con unas murallas exteriores que abarcan un área de 210.000 m2. Para hacerse una idea, cuatro veces la superficie del castillo de Windsor. Se encuentra en Polonia, concretamente en la orilla del río Nogat, que es un afluente del Vístula, la poderosa autovía fluvial que atraviesa el país de sur a norte, desde su nacimiento en los Cárpatos hasta su muerte en el Báltico.
El Vístula no sólo es uno de los últimos ríos salvajes de Europa (a pesar de ser el canal por el que se surtió al continente de sal, vino y cereales durante la Edad Media) sino también un libro de historia con el que leer el pasado de las ciudades a las que riega: desde Auschwitz -que marca el kilómetro 0 de la navegación- a la deslumbrante Cracovia, la antigua colonia de artistas de Kazimierz Dolny o la enérgica capital, Varsovia, entre otras joyas de su curso medio.
Sin embargo, es su tramo final, allí donde el río acaba volcándose al mar, el que resulta más interesante, puesto que surca la región del bajo Vístula, un valle cuya historia se funde con el legado de la Orden Teutónica, la poderosa liga de caballeros que en su largo periodo de ocupación dejó majestuosas fortalezas.
Entre todas ellas, destaca la de Malbork, que fue el cuartel general de estos Caballeros Teutones durante un siglo y medio y que, por su grandiosidad inigualable, tiene el título de Patrimonio Mundial. Imponente, tanto por dentro como por fuera, su visita resulta imperdonable, especialmente como complemento de Gdansk (se encuentra a una hora de distancia) la principal ciudad del norte de Polonia que luce una bella arquitectura portuaria, interesantes museos y un ambiente fantástico.
Construido entre los siglos XIII y XIV, se trata de un castillo levantado en ladrillo rojo, un material típico de toda Polonia debido a la escasez de canteras de las que poder extraer piedra. Malbork es la joya de la corona de una red de más de 120 fortalezas repartidas por esta región y separadas tan solo por un día de viaje a caballo efectuado por los caballeros teutones, cuya labor era cristianizar las tierras paganas del Báltico sur, aunque acabaron formando su propio estado.
El castillo de Malbork, que nació con el nombre de castillo de Mariemburg en honor a la Virgen María, fue el punto central de su administración y con el que los teutones se hicieron ricos al cobrar elevados impuestos a todo aquel que navegaban por el río Nogat, gravando asimismo con altas tasas al comercio del ámbar, la industria más potente de la zona. De esta forma acumularon grandes fortunas que reinvertían en la fortaleza, a la que concebían como la residencia de una orden monacal dedicada a la guerra y a la oración.
Icono de modernidad para aquellos tiempos, de su trazado original no se conservan muchas partes, puesto que por su excelente localización tuvo usos militares hasta la Segunda Guerra Mundial. Como la propia Polonia, el castillo ha pasado por muchas manos: lituanos, príncipes polacos, suecos invasores, prusianos… Durante la gran contienda, sus monumentales salones se convirtieron en cuartel del ejército nazi, en centro de formación para las juventudes hitlerianas e incluso, durante una temporada, en triste campo de concentración.
Hoy, de sus tres partes, sólo son accesibles las del castillo medio y alto, en la que se descubren ingeniosos sistemas de defensa y grandes tesoros como una impresionante colección de escultura gótica, frescos y relieves originales del siglo XIII, un museo de armas y armaduras y otro de ámbar, la piedra preciosa típica del lugar. Numerosas salas con temas de historia y arqueología que llevan casi un día entero de visita y que dan cuenta de la grandeza de la mayor fortaleza del mundo.