La bahía de Puno es uno de los espacios más llamativos y buscados del lago Titicaca, un enorme lago navegable situado a caballo entre Perú y Bolivia. Abrigada por penínsulas, la bahía está conformada por una masa de agua poco profunda en la que se da una intensa actividad pesquera. Mientras tanto, las totoras, una especie de juncos perennes, son las plantas más representativas de este medio y base fundamental de toda una cultura que ha venido aprovechándolas a lo largo del tiempo.
La cultura de los uros, una etnia más antigua que la de los conocidos incas, ha florecido en estas tierras al amparo de una forma de vida basada en el medio acuático, hasta el punto de vivir sobre las mismas aguas del lago Titicaca. Las islas flotantes de los uros se han convertido hoy en día en la gran maravilla de la bahía de Puno; el suelo sobre el que caminan, su estilo de vida, sus oficios, su artesanía e incluso sus casas, se basan en la cultura del junco. Un mundo fascinante que se nos hace muy sorprendente y que se abre a nuestras miradas para ser descubierto.
El lago Titicaca es seguramente el más emblemático de Sudamérica. Situado a casi 4000 metros de altitud sobre el altiplano andino, es la masa de agua dulce más grande de este subcontinente. Lugar sagrado para los incas, que creían que aquí se originó el mundo gracias al dios Viracocha, dentro del lago emergen un gran número de islas, cuyos ejemplos de mayor dimensión se encuentran en el lado peruano. Las islas de Taquile y Amantaní, las más grandes de todas ellas, parecieran vigilar desde sus posiciones la bahía de Puno.
Dentro de esta bahía es donde podemos encontrar los más impresionantes conjuntos de totoras o totorales de todo el lago Titicaca. Hábitat de un gran número de especies, este rico ecosistema ha propiciado el asentamiento de un pueblo que ha basado su modo de vida en el aprovechamiento de estas agrupaciones de juncos. Tanto es así que viven incluso sobre grandes balsas fabricadas de totora que se han convertido en islas flotantes. Unas 80 islas artificiales se diseminan por toda esta área del lago Titicaca, creando una especie de sistema acuático en el que los uros llevan a cabo todas sus actividades.
La pesca artesanal – que realizan sobre embarcaciones hechas también de totora – y la artesanía son las principales vías de subsistencia de este grupo humano que se instaló en la zona tras la partida de los incas. Cada isla, habitada por un clan familiar, acoge a los casi 700 integrantes del pueblo uro que habitan en este ecosistema acuático. Estas islas – en su mayoría dentro de los límites de la Reserva Nacional del Titicaca -, se sustentan sobre las tupidas raíces de las totoras, que debido a su lenta degradación favorece la flotabilidad de las estructuras sobre las que van acumulando capas de juncos secos. Como si de un nido de cigüeña se tratara, poco a poco van conformando grandes balsas que se han convertido en sus hogares.
Las casas, fabricadas igualmente de totora tejida, parecieran viviendas hechas de paja como si de una de las casas del famoso cuento de Los tres cerditos se tratase. Sin embargo, y al contrario de lo que ocurre en la fábula, las chozas de juncos han demostrado ser unas sólidas estructuras que sirven a los uros para levantar todo tipo de habitáculos, desde las típicas casas hasta criaderos de animales o escuelas.
Si bien el oficio de cocinar lo realizan en el exterior para evitar el peligro del fuego en el interior de las viviendas, las mismas plantas que usan para las construcciones les sirven igualmente de combustible, como remedio medicinal y aporte de minerales o para la fabricación de objetos artesanales, que en los últimos años se ha convertido, junto con los tejidos tradicionales que confeccionan las mujeres uro, en una importante fuente de ingresos para este pueblo. Mientras, los hombres se afanan pescando sobre sus balsas de totora o cazan aves acuáticas.