En las profundidades majestuosas de los Andes argentinos, un sendero desafía la gravedad y acaricia las nubes con sus rieles de acero. Es el Tren Ascendente, una maravilla ingenieril que desafía los límites terrenales, elevándose a alturas asombrosas de hasta 4,200 metros sobre el nivel del mar. Este tren, conocido como el alma de los Andes, es más que un medio de transporte; es un viaje hacia lo celestial.
El periplo comienza en la vibrante ciudad de Salta, donde los viajeros se embarcan en una travesía transformadora. Equipados con todas las comodidades modernas, desde calefacción hasta aire acondicionado, los vagones esperan ansiosos para iniciar la aventura. Sin alardes ni fanfarrias, el viaje promete una experiencia única, donde los paisajes cambiantes son el telón de fondo de una jornada inolvidable.
Las vías serpentean a través de pintorescos pueblos como Campo Quijano y El Alfarcito, fusionando la vida cotidiana con la majestuosidad natural. La ruta, trazada meticulosamente, despliega ante los pasajeros una paleta de colores y formas que dejan sin aliento. Es en estos momentos de silenciosa reflexión donde el espíritu se sincroniza con la grandeza de la naturaleza.
El clímax del viaje llega con el ascenso al Tren a las Nubes, una experiencia que despierta la imaginación y lleva a los viajeros más allá de lo tangible. A medida que el tren avanza, el paisaje se convierte en una sinfonía surrealista, con montañas que parecen tocar el cielo y un aire impregnado de historia y misticismo. El imponente Viaducto La Polvorilla, a más de 4,200 metros sobre el nivel del mar, es un monumento a la grandeza humana y natural.
El regreso marca el final de esta epopeya celestial, pero no el fin del viaje. De vuelta en San Antonio de los Cobres, los viajeros tienen la oportunidad de explorar este pueblo pintoresco, donde la historia y la tradición se entrelazan en cada callejuela empedrada. El almuerzo, un bálsamo para el alma después de la emoción del día, ofrece sabores auténticos que perpetúan la experiencia.
Al caer la noche, cuando el sol se oculta tras las montañas y el cielo se tiñe de tonos dorados, los viajeros descienden del tren con el corazón lleno de recuerdos imborrables y el alma nutrida por la belleza de la naturaleza. En el viaje del Tren Ascendente, no solo se alcanzan alturas vertiginosas, sino una conexión con lo divino que reside en lo más profundo de cada uno.