Creo, sin desmerecer cualquier otro tipo de evento multitudinario ni celebración proclamada, que la reciente edición de los Juegos Olímpicos que tienen lugar en Tokio nos dejará enseñanzas al por mayor. Pareciera ser que la sensación de postergación de la realización del mismo vino con un pan bajo el brazo, dejando frente a miles de espectadores de todo el mundo las más variadas reflexiones acerca de la vida, el esfuerzo y el sacrificio que las personas hacemos en pos de conseguir un objetivo. Y, honestamente, celebremos que así sea.
Desde atletas que se animan a mencionar el estrés y desgaste emocional que ha sido prepararse físicamente durante un periodo de tiempo marcado por la incertidumbre no solo a nivel deportivo si no a nivel personal (con nombre y apellido, hablamos de Simone Biles) hasta participantes que reflejan en el interior de sus prendas de competición historias de superación dignas de una película de ficción, estos JJOO de Tokio intentan reflejar, a simple vista, un antes y un después en la historia del deporte mundial. Nada más y nada menos que algo digno de ocurrir ante la vorágine con la que el mundo sobrelleva el «día después» de un 2020 de pesadillas.
Hace unos días contábamos la anécdota que viralizó al clavadista británico Thomas Daley, quien se llevó todas las miradas al ser captado por las cámaras de transmisión de los Juegos mientras tejía y observaba de reojo las finales de trampolín, una actividad que lo ayuda a aliviar el estrés y a colaborar con causas sociales de gran valor. Ahora, el turno de pasar al frente en cuanto a lecciones de la vida es de Gianmarco Tamberi, un deportista italiano al que me gusta pensar que las causalidades lo llevaron a «vengarse» de su suerte en los JJOO de Tokio. Bueno, quizás suerte no; porque a esta historia le sobra coraje, determinación y accionar en consecuencia de las ganas.
Gianmarco Tamberi es un atleta italiano, especialista en la prueba de salto de altura, felizmente consagrado como el actual campeón olímpico en salto de altura tras llegar a un acuerdo con Mutaz Essa Barshim, con el que comparte el título: ambos empataron en la marca y en un ejemplo demostrador de compañerismo y empatía decidieron compartir el triunfo.
Las autoridades de la competencia, de acuerdo al reglamento, les informaron en la pista que ellos tenían la oportunidad de definir el resultado: podían intentar un nuevo salto o compartir el primer lugar. “¿Podemos tener dos oros?”, preguntó Barshim. El funcionario asintió y la decisión fue inmediata: los atletas se dieron la mano con alegría y decidieron ser campeones olímpicos juntos. Lo que pareció ser una definición espontánea se convirtió en una historia de inspiración incomparable. Así, el europeo y el qatarí Mutaz Essa Barshim se subieron al primer lugar del podio. La celebración de Tamberi resultó descomunal aunque relativamente normal tratándose del esfuerzo que dedicó para llegar hacia ese lugar.
Cuando en las últimas horas Gianmarco Tamberi ganó el oro en salto de altura, lo primero que hizo -además de dejar caer lágrimas de emoción- fue celebrarlo junto con un yeso personalizado que llevó cuando estaba lesionado por una rotura de ligamentos. La historia no tiene desperdicio: aquella escayola era el objeto tangible de una lesión física que le impidió presentarse a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro del año 2016. Sin darse por vencido, una recuperación no solo física si no también emocional lo prepararon para darlo todo en Tokio. Y así fue.
En efecto, el italiano festejó su propio oro agarrando la bandera de su país con una mano y portando en la otra la escayola que tuvo que portar durante las semanas que le duró la dura lesión. Una imagen que ha dado la vuelta al mundo en redes sociales como ejemplo de capacidad para superar momentos adversos y como demostración de que la vida, de una forma u otra, nos da la posibilidad de vengar -en el mejor sentido de la palabra- a aquellas experiencias que nos dejan un sabor más que amargo.
Quizás no sea necesario que recurramos a una escayola garabateada para manifestar un sueño a corto o largo plazo, pero sí podemos tener la suficiente fe en que, como dice el dicho, las cosas que nos suceden nos convienen en tanto nos llevan a una mejor versión de nosotros mismos, nos ponen frente a frente contra nuestro peor enemigo: nosotros y nuestra capacidad de elegir si nos quedamos en un lugar de autosabotaje o planteamos cara a la batalla más incómoda que se nos venga encima. Por si acaso, no sé si escrito en piedra pero sí quedará escrito en este post: yo elijo el equipo de la segunda.