La difícil vuelta a casa después de un gran viaje

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Redactor
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Viajar es hermoso, ya sea solo o acompañado, por unas vacaciones de dos semanas o una experiencia más larga. Pero emprender la marcha sin un rumbo muy certero, abandonar la zona de confort y con únicamente un pasaje de ida en la mano, es aún más motivante e increíble.

Las cosas que uno aprende en el viaje difícilmente se puedan encontrar en una rutina de día a día que se transforma de semana en semana, mes a mes para caer en el aterrador año a año.

Uno crece como persona, siente como poco a poco el conocer otra gente y otras culturas hace que se expanda tu mente y tu forma de ver las cosas. Te transformas en alguien más receptivo y empático.

Descubres paisajes, sabores y colores que te llenan el alma y te afirman que tomaste una muy buena decisión.

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Pero como todo en la vida, las cosas tienen un fin y el viaje también tiene que terminar en algún momento. En mi caso particular, siempre le pongo fin a cada viaje al volver a casa. Y es ahí, en la vuelta a casa, donde encuentro las mayores dificultades de toda la travesía.

Cuántas veces durante el viaje uno desea teletransportarse a su casa por unas horitas aunque sea y abrazar a tu familia, tus mascotas, que te mimen, te traten bien, te cocinen de vez en cuando. Querer ver a los amigos y reírse de las anécdotas de toda una vida con ellos.

Debe ser por estos pensamientos que aparecen principalmente cuando te sentís solo o un poquito enfermo (y si ya estás cerca de la fecha del regreso cada vez son más recurrentes) que uno idealiza el regreso con una euforia y emoción fuera de lo común.

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Unas semanas antes de subirse al avión que te trae nuevamente a tu país todo se trata acerca de a quiénes vas a ver, qué vas a comer y cómo vas a festejar. Simplemente el hecho de abordar en ese avión y ver que la mitad de los pasajeros hablan tu mismo idioma y con el mismo acento genera un poco de adrenalina.

El problema comienza cuando ya empiezas a ver reglas de comportamiento, tránsito, modismos o ciertas actitudes que luego de tanto tiempo fuera te habías olvidado que eran regulares y cotidianos y sentís que tenés que “readaptarte” a una sociedad en la que fuiste tan habitué por tanto tiempo que no pensaste ibas a tener esos inconvenientes.

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Coincido con el hecho de que la primera semana es la más difícil de todas. Se llega con mucho tiempo disponible y ganas de hacer mil cosas e intentar ver a todas las personas en un plazo récord súper corto, quieres contarle tus historias más locas a tus amigos, pero más que nada, quieres escuchar las de ellos para sentirte en casa nuevamente y poder ser parte.

Para caer en la cruel realidad que aunque uno haya cambiado mucho durante poco tiempo, las cosas por tu barrio siguen casi exactamente igual. Habrá bebes nuevos, algún que otro rompimiento de noviazgo o una boda nueva, pero más allá de eso, la gente es la misma y en su vida no hubo tantos cambios como en la tuya.

Cada uno tiene su propia rutina y ocupaciones que hace que difícilmente se adapte a tu estilo de vida con horarios mega flexibles y tiempo de sobra. El hecho de haberlos extrañado un montón no hace que puedas disponer de ellos sin restricciones.

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Y así es como poco a poco se va cayendo en la realidad que, aunque siempre sea una alegría ver a los seres queridos, con cada viaje uno se va alejando más de ellos.

Que donde antes coincidían ahora cada uno lo puede ver de una forma muy diferente y tener opiniones que no son parecidas. Que a veces quieres ayudar a todos con lo que puedas y te decepcionas al darte cuenta que no sos una rescatista y lo que más podes ofrecer es tu compañía pero por tiempo definido.

En definitiva, uno siente que tiene que encajar en un lugar al cual ya dejó de pertenecer hace un tiempo. Con cada retorno, se aprende a bajar las expectativas y dejar que las situaciones fluyan sin forzarlas. A pasarla bien y readaptarse.

Disfrutar de las maravillas que tiene para brindarte lo ya conocido y reírse de las situaciones en las que no coincidís. Entender que siempre se va a tener en común las historias del pasado, que el presente es muy efímero y que hay que aprovecharlo al máximo y que el futuro puede que no nos depare juntos.

Al fin y al cabo, siempre se quiere volver a casa y qué mejor que instruirse de esa experiencia también.

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