En el mundo del alpinismo existen historias épicas, pero pocas alcanzan el nivel de la protagonizada por el montañista sueco Göran Kropp a mediados de los años noventa. En 1995, decidió emprender un desafío casi inverosímil: partir en bicicleta desde Estocolmo con rumbo al Monte Everest, cargando un remolque con 108 kilos de equipo de escalada.

Durante meses pedaleó más de 13.000 kilómetros atravesando Europa y Asia, enfrentando climas extremos, carreteras interminables y un desgaste físico brutal. Sin embargo, su objetivo no era solo llegar al Himalaya, sino coronar el pico más alto del planeta con un estilo de ascenso purista, sin oxígeno embotellado y sin porteadores sherpas.
En mayo de 1996, tras semanas de preparación en el Campo Base de Nepal, Kropp consiguió lo impensado: alcanzó la cima del Everest en solitario, demostrando una resistencia física y mental extraordinaria. Su ascensión quedó registrada como una de las más duras y auténticas en la historia del alpinismo moderno.
La aventura no terminó allí. Con la misma determinación, el sueco volvió a subirse a su bicicleta y emprendió el regreso a casa, recorriendo de nuevo miles de kilómetros sobre dos ruedas.
La proeza de Göran Kropp se convirtió en un relato legendario, símbolo de lo que significa empujar los límites humanos hasta lugares donde casi nadie se atreve a llegar.

