“Vacunar animales silvestres por el bien de los propios animales, no para proteger a los seres humanos, es algo novedoso”, afirma Luís Paulo Ferraz, presidente de la organización sin fines de lucro Golden Lion Tamarin Association. De esta manera, sintetiza una de las acciones que se están llevando a cabo desde un pequeño laboratorio enclavado en el bioma de la Mata Atlántica de Brasil. La intención de vacunar pequeños monos titíes radica en asegurar la supervivencia de la especie.
Varios investigadores con las manos enguantadas y los rostros con mascarillas acunan a cuatro pequeños monos titíes de pelaje dorado para que un veterinario pueda deslizar con delicadeza una aguja bajo la fina piel del vientre de cada animal sedado. A la mañana siguiente, ya recuperados, la bióloga Andréia Martins los lleva al lugar preciso donde fueron capturados. Ella abre las jaulas de alambre y los monos salen corriendo, saltando a un árbol o al suelo, ascendiendo por el dosel y reagrupándose como una familia.
Los ejemplares se mueven ruidosamente mientras desaparecen entre la selva tropical. Mientras tanto, los científicos esperan que este breve y extraño encuentro con la humanidad haya sido por el bien de la salud y la supervivencia de su especie. ¿Cómo? Según han explicado los expertos, estos monos en peligro de extinción, llamados tití león dorado, fueron vacunados contra la fiebre amarilla, como parte de una campaña precursora para salvar a la especie amenazada.
La fiebre amarilla comenzó a propagarse entre la población humana en Brasil en 2016, infectando a más de 2.000 personas y causando 750 muertes. La enfermedad también mató rápidamente a un tercio de los altamente vulnerables monos titíes, la mayoría de ellos en unos cuantos meses. En respuesta a este desafortunado escenario, los científicos en Brasil adaptaron la vacuna humana contra la fiebre amarilla para los monos en peligro de extinción: la campaña de inoculación para los titíes comenzó en 2021 y ya se han vacunado más de 300.
Se trata del primer esfuerzo de este tipo en Brasil, y uno de los primeros en todo el mundo. Sin dudas, es una iniciativa que también plantea preguntas vitales sobre qué tan lejos hay que llegar para tratar de salvar a una especie de la extinción. “Hay gente que dice que no debemos tocar la naturaleza, que no debemos alterar nada, pero en realidad, ya no quedan hábitats naturales prístinos”, afirma Tony Goldberg, ecólogo especializado en enfermedades y veterinario de la Universidad de Wisconsin-Madison, quien apoya la vacunación de la vida silvestre cuando sea seguro y práctico. “La gente se está dando cuenta de la magnitud del problema y se está dando cuenta de que tiene que hacer algo”, agrega.
Por su parte, Carlos R. Ruiz-Miranda, biólogo conservacionista de la Universidad Estatal del Norte de Río de Janeiro, se encuentra entre los científicos que han trabajado durante más de tres décadas para proteger a los monos titíes león dorado, acudiendo dos veces al rescate cuando existía más amenaza de su extinción. Sostiene que las vacunas son la única opción que queda: “¿Es demasiado extremo? Denme otra alternativa”.
“Tenemos que intervenir cuando se trata de un riesgo de conservación provocado por la humanidad, si vamos a tener un entorno con vida silvestre”, añade Ruiz-Miranda.
Los virus siempre han abundado en la naturaleza, pero los seres humanos han cambiado drásticamente las condiciones y los impactos de cómo se propagan en la vida silvestre. Las epidemias pueden viajar a través de los océanos y las fronteras más rápido que nunca, y las especies que ya han disminuido por la pérdida de hábitat y otras amenazas corren más riesgo de ser eliminadas por los brotes.
“La actividad humana está acelerando absolutamente la propagación de enfermedades en poblaciones no humanas”, explica Jeff Sebo, investigador ambiental de la Universidad de Nueva York, que no participa en el proyecto de Brasil. En Brasil, un clima político tenso por la pandemia de COVID-19 y la desinformación sobre las vacunas en general ha provocado retrasos, pero si los científicos aciertan, podrían ser pioneros en demostrar lo que se puede hacer para salvar la fauna amenazada.
Según relata extensamente la agencia de noticias AP, desde Silva Jardim -municipio brasileño del estado del Río de Janeiro-, la historia de los titíes león dorado es una saga épica, una que Marcos da Silva Freire, un veterano funcionario brasileño de Salud, ha experimentado de primera mano. Cuando Freire era niño en la década de 1960, pasaba los fines de semana en una propiedad de su familia en la Mata Atlántica, pero nunca vio titíes león dorado.
Por esa época, el primatólogo brasileño Adelmar Faria Coimbra-Filho alertó por primera vez sobre la disminución de la población de los titíes. La pérdida de hábitat y la caza furtiva para el comercio de mascotas habían reducido su número a apenas unos 200 en la naturaleza. Alguna vez el sureste de Brasil estuvo cubierto por la selva tropical, pero hoy en día el paisaje ondulado es un tablero de ajedrez irregular de selva verde oscuro y pastizales para ganado: sólo queda el 12% de esta selva tropical. Sin embargo, es el único lugar del mundo donde viven los titíes león dorado en estado silvestre.
El esfuerzo por salvar a los carismáticos monos —famosos por su pelaje cobrizo y pequeños rostros inquisitivos enmarcados por crines sedosas— condujo a un programa pionero de cría en cautiverio, coordinado entre unos 150 zoológicos de todo el mundo, entre ellos el Zoológico Nacional Smithsonian en Washington, D.C. Muchos de esos animales fueron luego liberados cuidadosamente en Brasil a partir de 1984, en cooperación con los terratenientes locales.
Cuando los investigadores se acercaron al padre de Freire, uno de esos terratenientes, él les dijo que se coordinaran con su hijo, entonces estudiante de veterinaria de unos veintitantos años. Durante una mañana clara de julio pasado, Freire caminaba por un camino de tierra en su propiedad. Los rayos de sol parecían formar astillas de luz a través de las hojas de palma. “Los primeros monos fueron liberados cerca de aquí, detrás de ese cerro”, afirma, señalando desde la orilla de una pequeña laguna, recordando la tarde de hace casi 40 años.
Todo esto no hace más que explicar que la reintroducción de la especie en la selva fue un proceso de aprendizaje, tanto para los científicos como para los monos, recuerda. Por lo general, fue la segunda generación, no la primera, la que aprendió a tener éxito nuevamente por sí misma en la naturaleza. Gracias a ese esfuerzo y a las campañas posteriores para replantar y conectar parcelas de selva tropical, la población de titíes se recuperó lentamente, alcanzando alrededor de 3.700 individuos en 2014, pero toda celebración fue prematura.