Odio el fútbol! (Pero fui a un superclásico en la Bombonera)

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Redactor
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Mi historia con los deportes puede resumirse con una sola palabra: DESASTROSA. Todos ellos se ensañaron en mi contra durante una época de mi vida. Pero uno fue el más cruel y despiadado de todos: el fútbol.

Siendo latinoamericano donde el fútbol es una institución tan importante como la iglesia y viniendo de una familia muy aficionada, el cruel y despiadado fútbol no me hizo fácil la existencia. Su saña maliciosa contra mí incluyó pelotazos en la cara, burlas comunitarias, peleas con amigos, disgustos paternos, diversas quemaduras de sol y raspaduras de rodillas.

"Qué mierda hago aquí?", pensaba.

Pero esta historia no es sobre mí y mi enemistad con el fútbol. Se trata más bien de las cosas que descubrí yendo a ver un partido entre Boca y River en la Bombonera. Sí, las vueltas de la vida me llevaron a estar inesperadamente en la mitad de un un momento y lugar en el que millones de personas en el mundo desearían estar pero no pueden. Y yo, con mi desconocimiento del universo futbolístico y mi enemistad con ese (cruel y despiadado) deporte, estaba allí, mirando a mi alrededor, como invisible, fijándome en la gente y haciendo fotografías.

Bombonera completa

Por lo que vi, un superclásico no es un juego, no es un partido de fútbol y ni siquiera es un evento deportivo. Un superclásico es más bien como un hito histórico, un choque cósmico, una cita de vida o muerte que se repite sólo un par de veces cada año. Las familias se preparan con antelación para ir juntas, alistan sus mejores camisetas y trapos y, como si fueran a recibir a un familiar que no ven hace años, preparan carteles con mensajes de amor y pasión.

Se respira un ambiente contradictorio de calma y tensión, amistad y rivalidad, y tantas almas reunidas en la platea, se unen como si fuera un único ser que respira, grita y se mueve al unísono; como si cada uno fuera un Power Ranger y sin importar su color o procedencia, hacen mórfosis para gritar “árbitro hijodeputa” o “gol”, según sea el caso.

La masa y sus altibajos

Ese momento del grito triunfal del gol es como asistir a un sublime e intenso orgasmo colectivo. Tiene su momento previo en el que todos tensos, apretando cada músculo existente, gritan “dale, dale” o “ahí viene, ahí viene”. Y por supuesto, también tiene un post coito: se abrazan (aunque sean desconocidos), se relajan, sonríen satisfechos, e incluso muchos se prenden un puchito.

Celebración orgásmica!

Debo admitir que de ese día no recuerdo quién ganó, quién jugó o hizo los goles. Lo que sí recuerdo es que el maldito fútbol paralizaba temporalmente las capacidades perceptivas de todos los asistentes, de modo que en el medio tiempo, una hamburguesa dura y grasosa y una cerveza rebajada con agua, eran degustadas como si se tratara del mejor menú del mejor restaurante. Y ni se hable de ir a los baños sucios y destartalados: la gente hacía la fila feliz, como si les fueran a regalar plata!

Pero, por otra parte pude presenciar cosas lindas: hasta cuatro generaciones de una misma familia reunidas, padres y madres llevando a sus hijos pequeños al superclásico, enseñándoles las cosas básicas de la vida (al menos para los argentinos) como amar la camiseta, cantar las canciones de cancha y putear. Putear de principio a fin.

Familia bostera

Debo ser honesto: ir a la cancha me gustó, aunque no por las razones que tendría un verdadero hincha; más bien por poder experimentar en mi propia piel esa loca pasión que nunca en mi vida he logrado entender pero que se te contagia al estar allí. Poder presenciar esa unión de las familias en torno al maldito fútbol, y el amor que se esconde detrás de actos sencillos como el abrazo a un desconocido o enseñar a un hijo la historia y tradición del equipo.

Los trapos

Me gustó porque estar en medio de un superclásico Boca vs River, es como asistir al corazón mismo de Argentina: presenciar la pasión para lo bueno y para lo malo, entender los movimientos de las manos que se utilizan incluso fuera de la cancha y, al menos por una vez en mi vida, compartir la sagrada tradición dominical de reunirse para ver a un grupo de veintipico tipos corriendo detrás de un balón durante 90 minutos.

Posdata: Maldito fútbol, aún te odio!

Hijos Nuestros

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