¿Por qué cambiar de ritmo es esencial para tu salud?

Autor: michaelmattiphotography
Redactora Social
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En la actualidad casi todos vivimos acelerados, nos olvidamos de disfrutar los pequeños momentos que terminan siendo los mejores. Al leer lo que había escrito Jeremy Scott Foster entendí que los pequeños momentos son por los que vale la pena vivir! Aquí les dejo lo que escribió él:

«Desperté en una hamaca en las orillas del mar Caribe. El cielo estaba pintando de un azul fuera de lo común, con una pequeña línea naranja brilloso justo en el horizonte. Miré mi reloj con los ojos entrecerrados y eran las 5:45 am.

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El sol aún no se había asomado por debajo del horizonte. En ese momento de la mañana, todo el lugar estaba totalmente solo (como si fuera la mío), parecía que el sol iba a aparecer solo para mi.

Me paré para estirar un poco. Unas gotas del mar cayeron en mi cara para despabilarme y comencé a caminar hacia las rocas que estaban justo en el mar. Fui lo más lejos que pude sobre el acantilado para sentarme y poder disfrutar del azul del cielo y del mar. Me senté 90 minutos (todavía sin estar totalmente despierto) hasta que el sol golpeó mi cara con su luz y su calor».

Por una hora y media me senté a no hacer nada

Eso estaba muy lejos de lo que es Nueva York, una ciudad ocupada todo el tiempo. Acababa de abandonarla solo 2 semanas antes, por lo que estaba en un momento raro en mi vida, de transición. Después de haber vivido 6 meses en Nueva York (una ciudad que llegué a querer) de haber rechazado el trabajo de mis sueños y abandonado todo lo que ya era conocido para mi… me sentí sobrepasado y ansioso.

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Estaba triste por partir y dejar la playa atrás, pero por mis huesos sabía que era hora. Necesitaba calor y aventura».

Ansioso por vivir nuevas aventuras

«Después de haber tomado un vuelo muy temprano en la mañana, prácticamente sin haber dormido nada. Me subí a un coche amarillo brillante, un taxi en Colombia, con el cual entré en la ciudad vieja de Cartagena… 15 minutos más adelante, de las casas en ruinas y la costa entrecortada, llegué a mi hostal totalmente agotado, acomodé las sábanas de la cama de mi habitación, y durante los siguientes dos días lo único que hice fue dormir.

Prácticamente no conocí (ni quise) la ciudad de Cartagena, ya que sabía que iba a volver en sólo dos semanas. Muy temprano en la mañana tomé un micro hasta las playas del Parque Nacional Tayrona. Inmediatamente después de mi llegada, puse mi toalla en la arena amarilla y me quedé ahí por el resto de la tarde. No tenía a donde ir, y sin ningún tipo de servicio celular o Wi-Fi, no tenía absolutamente nada que hacer».

Sin título

Al principio me sentí un poco ansioso. De alguna manera Nueva York me había convencido de que mi tiempo se perdía si no era productivo, y en esa playa estaba sin hacer nada. Algo le estaba pasando a esa persona que una vez fue valorada por su tiempo. Ese tiempo ya no valía dinero… y fue, en muchos sentidos, lo opuesto a todo lo que lo había representado hasta ese momento.

Sin una computadora tomé la decisión de recuperar mi «tiempo perdido» y convertirlo de nuevo en lo que siempre debió haber sido: MÍO. ¿Y sabes lo que hice con ese tiempo? Absolutamente nada: me senté, dormí, pensé, respiré y comencé…».

Reposo forzoso

«Al día siguiente, ni bien salió el sol, hice exactamente lo mismo: descansé, me acosté, almorcé y leí.

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El libro de Pico Iyer, «El arte de la quietud», era una lectura importante y conmovedora para ese día. En un momento en que estaba teniendo problemas para encontrar un equilibrio entre los viajes, la vida y el trabajo, lo que necesitaba era un recordatorio de que, como dice Iyer, a veces, «ganarse la vida y vivir la vida son totalmente opuestos». Había estado tan atrapado en el trabajo que me olvide de disfrutar la vida y también olvidé que disfrutar no siempre significa hacer. A veces los mejores momentos nacen haciendo absolutamente nada.

Mi tiempo en Nueva York me enseñó muchas cosas y me ayudó a abrir los ojos. Construí hermosas relaciones con todo tipo de gente, pero (sobretodo en invierno) dejé de querer y valorar todo lo que tenía alrededor. Estaba tan atrapado en la rutina que no tenía tiempo para frenar por un momento y ponerme a pensar lo que significaba y lo que era para mi.

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Por el contrario, en las playas de Colombia estaba obligado a frenar. Y fue así que vi el mundo de una manera diferente, viajar te ayuda a reflexionar (con mucha intensidad) tu propia realidad».

Bajar el ritmo

«Dar un paso atrás y ver el mundo desde otro punto de vista por 3 dias me ayudó a encontrar un nuevo punto de referencia. Recordé lo importante que son el tiempo y la felicidad. Lo importante que es relajarse y disfrutar del mundo.

Frecuentemente terminamos atrapados en la vorágine de los mails, mensajes, redes sociales, trabajo y todos los compromisos. Olvidamos lo simple y genial que puede ser la vida. Para sobrevivir necesitamos comida, agua y un techo, más allá de eso el Facebook, los mails, la cerveza, los trabajos y miles de cosas más… son solamente distracciones.

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No podemos hacer ruido sin haber estado en silencio. No podemos divertirnos si jamás nos aburrimos. No podemos estar ocupados si nunca ponemos en perspectiva que es en realidad «ocupado». No podemos viajar sin reflexionar todo lo que significa.

Bajar el ritmo no significa tener que frenar completamente. Solamente se trata de encontrar el tiempo para sentarse, hacer nada y reflexionar. Especialmente en esta época en donde nuestras vidas están más llenas de distracciones que nunca antes, la necesidad de bajar un cambio por un momento (o dos) nunca fue tan necesario.

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Así que, da un paso atrás, baja el ritmo, desconéctate y tomate un momento para ti mismo. La realidad es que seguramente lo necesites más de lo que piensas. Sé que es así».

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