Que lindo es viajar, que lindo es disfrutar ese lapso de tiempo en donde somos más perceptivos, estamos más atentos por hacer lo que nos atrae, nos gusta ayudar a los demás y hasta improvisar y hacer cosas nuevas.
No nos cansa salir de fiesta todas las noches, tampoco ponernos el despertador a las 5 am para realizar alguna excursión o caminata. Si dormimos apenas unas pocas horas tenemos energía de sobra para estar todo el día en actividad. Contemplamos paisajes o hablamos con completos desconocidos por horas. Reímos, disfrutamos, la única premisa es divertirse sin pensar en mañana o la semana que sigue.
Ese pensamiento, esa sensación, ese chip de viajero/turista permanece intacto y se reactiva en cada viaje. Incluso es contagioso y se esparce por cada persona en el planeta. ¿Pero qué pasa cuando volvemos a nuestra ciudad de origen? ¿Cuándo perdemos esa sensación nueva que había surgido durante el tiempo de ocio y recreación? Ahí es cuando todo cambia y comenzamos a ser nosotros mismos (o al menos, lo que creemos que somos). Personas completamente diferentes, lamentándonos por madrugar para trabajar, corriendo de un lugar a otro para llegar a tiempo y demás situaciones de la vida cotidiana que nos hacen perder poco a poco nuestra cara de asombro. Porque naturalizamos sentirnos así y eso es lo “normal”, esa es nuestra realidad.
¿Pero qué pasaría si, por una de esas casualidades de la vida, nuestra mente cambiara, hiciera un pequeño giro, y de pronto, nuestra cotidianeidad estuviera regida por ese chip de viajero? ¿Si disfrutáramos del amanecer o atardecer en nuestro lugar de residencia? ¿Si disfrutáramos de visitar amigos y familiares? ¿Si pudiéramos parar en mitad de calle y ayudar a alguien que no sabe dónde ir o cómo hacerlo? ¿Si pudiéramos abrirnos a conocer a alguien y entablar una conversación sin mirar la hora o el móvil para salir corriendo apresuradamente?
Numerosos estudios científicos han demostrado porque actuamos de manera diferente cuando estamos de viaje. La manera como funciona nuestra psiquis, los cambios que producimos y sus consecuencias. No vale la pena repetirlos. No es el fin de este artículo. Solo intento conectar esas dos mitades de la vida, entre lo que se cree como deprimido y aburrido (el presente y nuestra diaria) contra lo divertido y esperado (el futuro y lo lejano). Y saber que entre ambos extremos existe un oasis de felicidad, al menos momentánea y pasajera.
No voy a entrar en eufemismos ni a repetir frases típicas de redes sociales que solemos leer muy seguido. Pero cuando entiendas que la vida es hoy, y no mañana, que puedas disfrutar ahora mismo sin esperar al próximo viaje o al fin de semana, ahí es cuando empiezas a sonreírle a tu propio reflejo y te das cuenta que la rutina no es mala palabra, es solo una forma de vivir. De ti dependerá que tan feliz pueda ser.