Un día en la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, en Bolivia

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Redactor
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La Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa está escondida entre las alturas de la Cordillera de los Andes, en el rincón más suroccidental de Bolivia, es el área protegida más visitada del país, con al menos 40 000 visitantes al año.

La travesía

Cerca de las 9 y 30 de la mañana, un taxi nos recogió desde uno de los hoteles de sal de la comunidad Colchani (lugar considerado como la puerta de ingreso al Salar de Uyuni). El vehículo nos conduciría nuevamente al centro de la ciudad de Uyuni para embarcarnos en otro vehículo y partir con dirección a la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (RNFA Eduardo Avaroa). En esta ocasión nuestro viaje estaría conformado por tres argentinos, dos estadounidenses y un ecuatoriano.

Luego de un corto recorrido llegamos a San Cristóbal, un pequeño pueblo del Municipio de Colcha K, parada obligatoria para la hora de almuerzo y lugar ideal para abastecernos de provisiones para el camino.

Pasada las 12 del día, nos adentramos por un camino de tercer nivel. El recorrido resultaría corto para contemplar en pocas horas los paisajes alucinantes, coloridos y mágicos de este majestuoso lugar.

Estábamos obligados a llegar antes del anochecer a la laguna Colorada, por tanto, el conductor aceleraba y nos brindaba poco tiempo para recorrer los sitios.

El paisaje de una de las parada nos dejó sin aliento: una pequeña laguna, un cielo despejado y un volcán de fondo. Mientras tanto los fuertes vientos golpeaban, congelando el rostro rápidamente.

Recorrimos algunas de las lagunas ubicadas en el trayecto, cada parada duraba aproximadamente 15 minutos. Cerca de las 5 y 30 de la tarde, llegamos al punto de control de la reserva.

En este lugar, el registro es obligatorio al igual que la compra del ticket de entrada a la reserva. Para extranjeros el ingreso tiene un costo de 150 bolivianos (22 dólares aproximadamente).

Nos dirigimos a un mirador de piedras, junto a una caseta abandonada. El atardecer empezó. Finalmente llegamos a la gran laguna Colorada.

Habíamos acordado con uno de los argentinos caminar a las cabañas en las que pernoctaríamos y no usar el vehículo en el que nos trasladábamos. A esta hora del día, el frío tocaba las fibras más íntimas y el viento golpeaba con mayor fuerza.

Luego del último rayo del sol, empezó nuestra corta caminata de 30 minutos a más de 4000 metros de altura. Había soñado tanto con este lugar que prometí no salir de allí sin antes capturar algunas fotografías de la laguna y sus alrededores.

Pasada las 7 de la noche, luego de cenar, partí en solitario al mirador. Los fuertes vientos del atardecer desaparecieron y la luna iluminaba mis pasos. Al principio sentí temor de caminar en el altiplano potosino y aceleraba el paso. Luego los temores desaparecieron. Finalmente encontré un lugar, acomodé mi equipo y contemplé la creación del arquitecto universal. Sentí que la noche me pertenecía.

Permanecí más de 60 minutos en el lugar. Mientras la cámara capturaba las imágenes de la noche, caminaba junto a ella para evitar congelarme. No desaproveché ni un solo minuto admirando cada espacio que la luna iluminaba.

A las 9 de la noche, partí en dirección al refugio, a enfrentarme a una de las noches más fría que he vivido.

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