En un remoto paraíso escondido entre las majestuosas montañas de la Patagonia, cuatro intrépidos amigos del Alto Valle se aventuraron en busca de una experiencia única: pescar los enormes salmones que habitan en el río de las Vueltas, a unos 30 km de El Chaltén, en el oeste de Santa Cruz.
El viaje fue más que una simple escapada de pesca; fue un viaje de descubrimiento, un desafío a los límites de la naturaleza y la amistad. Desde el Alto Valle hasta la Patagonia pura, atravesaron más de 2000 kilómetros, asombrados por los paisajes espectaculares y los desafíos de la Ruta Nacional 40, conocida por sus tramos rocosos y peligrosos.
Con el Fitz Roy como testigo, hicieron base en el pintoresco pueblo de El Chaltén, la meca del trekking, antes de emprender su aventura diaria hacia el río de las Vueltas. Atravesaron caminos accidentados, cuidando cada pedazo del terreno para no romper nada, conscientes de que estaban explorando lugares de una belleza inigualable.
Cada mañana, antes del amanecer, se dirigían hacia el río, un curso de agua serpenteante que nace en el lago del Desierto y desemboca en el lago Viedma. Allí, entre curvas y pozones, se encontraban con los legendarios salmones chinook, verdaderos gigantes de las aguas patagónicas.
Andrés Méndez, uno de los pescadores, logró capturar un colosal salmón de 33 kilos, una hazaña que quedará grabada en su memoria para siempre. Sin embargo, lo más impresionante fue la conexión con la naturaleza, la emoción de ver a estos majestuosos peces en su hábitat natural, luchando con fuerza y determinación.
Para estos amigos, la pesca fue más que una actividad recreativa; fue una experiencia que los unió aún más, fortaleciendo los lazos de amistad mientras exploraban los rincones más salvajes y hermosos de la Patagonia. Su historia es un testimonio de la belleza y la grandeza de la naturaleza, y un recordatorio de la importancia de conservar estos lugares para las generaciones futuras.