Alba Ortiz Nin, la cocinera tarraconense, se enamoró perdidamente de un viñedo y terminó comprando sin querer un pueblo entero. Esta es la fascinante historia de Alba, quien después de estudiar hostelería en la Escola d’Hoteleria i Turisme de Cambrils y adquirir experiencia en reconocidos restaurantes del País Vasco, incluyendo el triestrellado Azurmendi, decidió regresar a Catalunya con el objetivo de embarcarse en su propio proyecto.
Las majestuosas viñas y el hermoso paisaje de La Figuera en Lleida conquistaron el corazón de Alba de tal manera que no pudo resistirse a la idea de elaborar su propio vino allí, aun sabiendo que implicaba vivir en un tranquilo y aislado pueblo de la comarca de La Noguera. Sin embargo, esta apasionada cocinera no se acobardó ante la idea de enfrentarse a la soledad de una aldea y se entregó por completo a su sueño vitivinícola.
Con valentía y determinación, Alba adquirió no solo el viñedo, sino también el encantador pueblo que lo rodeaba. Aunque inicialmente no era su intención comprar el pueblo, la pasión que sentía por las viñas y el entorno rural fue tan fuerte que no pudo resistirse a la oportunidad de convertirse en la dueña de aquel idílico lugar.
Desde entonces, Alba ha puesto en marcha su proyecto vinícola y ha dedicado su tiempo y esfuerzo a producir vinos excepcionales en esa pequeña aldea. Con su experiencia culinaria y su amor por la tierra, Alba ha logrado crear vinos que capturan la esencia misma de La Figuera y transmiten la belleza de su entorno en cada sorbo.
Sin dudarlo demasiado, Alba Ortiz Nin y su pareja tomaron la decisión de mudarse juntos y, además, establecerse en ese lugar al abrir un restaurante. Con ese propósito en mente, optaron por quedarse con una de las viviendas disponibles. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que habían adquirido mucho más que una simple casa. En realidad, se encontraban en posesión de un núcleo de población completamente deshabitado. Alba compartió esta revelación con el Diari de Tarragona, diciendo: «Lo que no sabíamos es que habíamos comprado algo más que aquella casa, habíamos comprado un núcleo deshabitado»
Ella recuerda y cuenta cómo sucedió todo: «Era una casa increíble, la única que se mantenía en pie. Destacaban sus frescos en la pared, la calma de una playa, pintada de tal manera que la luz cambiaba dependiendo del momento del día en el que entraba».
Decidieron emprender la tarea de rehabilitar la vivienda, pero antes debían enfrentarse al desafío de localizar a los propietarios, una tarea que resultó ser bastante complicada. Alba Ortiz Nin relata al Diari de Tarragona: «Incluso después de haber localizado al propietario, el agente inmobiliario se confundió de casa, lo que significa que ninguna de las ocho llaves del llavero coincidía con la cerradura. Tuve que llevar personalmente al propietario hasta la vivienda».
Fue al momento de la compra cuando se dieron cuenta de que habían adquirido mucho más que una simple vivienda. En realidad, se habían convertido en los dueños de «5.500 metros cuadrados, que incluían otras casas, huertos y terrazas», prácticamente abarcando todo el núcleo deshabitado de La Figuera. Una historia casual que tuvo un desenlace verdaderamente sorprendente.