A simple vista parecen pequeñas bolas de nieve rodando entre el hielo, pero en realidad son liebres polares (Lepus arcticus), uno de los animales mejor preparados para sobrevivir en algunos de los climas más extremos del planeta. Esta especie, típica de las regiones más frías del hemisferio norte, es un verdadero maestro de la adaptación.
Estas liebres pueden resistir temperaturas de –30 °C (e incluso menos) gracias a un pelaje denso, grueso y completamente blanco durante el invierno. Esa “capa nevada” no solo las camufla a la perfección entre la tundra, sino que además funciona como un aislante térmico excepcional.
Lo más curioso es que, a diferencia de otras especies, las liebres polares no hibernan. Viven activas durante todo el año, incluso en las noches polares donde reina la oscuridad por meses. Para soportar esas condiciones desarrollaron una serie de adaptaciones sorprendentes:
- Patas traseras poderosas: les permiten correr hasta 60 km/h para escapar de depredadores.
- Orejas más cortas que las de otras liebres: reducen la pérdida de calor.
- Dieta flexible: comen desde líquenes y ramas hasta carne, si encuentran restos que dejó algún depredador.
- Comportamiento social: aunque suelen ser solitarias, en pleno invierno pueden juntarse en pequeños grupos para resguardarse del viento.
Otro dato fascinante es que su pelaje cambia de color: mientras en invierno son totalmente blancas, en verano pasan a un tono grisáceo o marrón claro para mimetizarse con la roca y la tierra, algo clave para esquivar zorros, lobos y aves rapaces.
Pequeñas, casi invisibles en el paisaje helado, las liebres polares son un recordatorio de cuán ingeniosa puede ser la naturaleza para sobrevivir en el fin del mundo blanco.
