Así fue como perdí el miedo a viajar en avión

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Redactor
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Si te sentís identificado con algunos de los síntomas que menciono aquí debajo, ¡bienvenido al club de los aerofóbicos! Pero no creas que estás solo en esto, es un miedo muy común y compartido por muchos. A medida que lo hablo con otras personas, más voy cayendo en la cuenta de que no soy la única a la que este tema le quita el sueño.

Siempre tuve mucho respeto por los aviones y creo que el principal motivo es que aún no encuentro explicación alguna al hecho de que alcancen semejante altura a tanta velocidad. Me da bastante inseguridad esa sensación de inestabilidad en medio del aire y el pensar que estoy lejos, muy lejos, de tierra firme.

No hace mucho volé por primera vez. Aún recuerdo todos los síntomas y pensamientos que daban vueltas por mi cabeza. No me sentía nada a gusto, lloraba uno o dos días antes de subir al avión, me sudaban las manos durante todo el vuelo, apenas me movía de mi asiento y respiraba suave, como si esto fuera garantía de mi salvación.

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Ante un mínimo movimiento del avión, me asomaba a ver las caras y las actitudes de las azafatas y, si mantenían su sonrisa intacta, me quedaba tranquila. También me servía mirar el aspecto del piloto: si aparentaba ser mayor y tenía pelo blanco me daba aún más confianza y compartir un vuelo con una religiosa o un cura me transmitía mucho alivio.. cosas de películas.

A pesar de haber convivido con todas estas inseguridades, siempre tuve muy en claro que ese miedo no me iba a impedir conocer lugares, gente o llevar a cabo nuevos proyectos, por lo que hace algunos meses me propuse encontrar la manera de vencer esta fobia que tanto me molestaba a la hora de emprender una aventura.

El primer paso fue cambiar mi actitud y luego seguí por trabajar mi cabeza, que juega un papel protagónico en esta situación.

Comencé a leer mucho sobre aviones y con el paso del tiempo, empecé a viajar más y fui conociendo cada detalle de los aviones, desde sus más minúsculos movimientos hasta los sonidos más insólitos que uno pueda imaginar.

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Hoy en día, creo estar a pocos pasos de superar este miedo: ya no me sudan las manos, puedo dormir, moverme y hasta olvidarme por un buen rato de que estoy en un avión, un gran avance. Aunque, aun así confieso que no logro sacar de mi cabeza la pregunta del millón antes del despegue, esa que se me cruza por la cabeza cada vez que me abrocho el cinturón de seguridad «¿y si se cae?».

Me repito una y otra vez: son más seguros que cualquier otro transporte, hay 10.000 aviones volando en este momento en todo el mundo, las posibilidades de que ocurra un accidente es de 1 en 2,4 millones, y culmino con la famosa frase: “si me tiene que pasar, me va a pasar”. No sé quién la inventó, pero me parece muy útil.

A lo largo de este proceso personal de superación del miedo a volar, que cada vez es más común y que se vuelve muy inoportuno para aquellas personas a las que invade la curiosidad de viajar aprendí muchas cosas:

  • Desde un avión se pueden apreciar las vistas más increíbles de la tierra: he visto cadenas de montañas nevadas, campos sembrados de tantos colores como formas geométricas, infinitos mares turquesas y barcos en alta mar rodeados de kilómetros y kilómetros de agua.
  • Todo se ve ínfimo. De noche, las ciudades brillan a la distancia y París, desde lo alto, es la perfección en forma de maqueta.
  • Según mi propia experiencia, la parte trasera del avión es la que más se mueve, aunque
    muchos afirman que es la más segura.
  • Sea uno supersticioso o no, en la mayoría de los aviones no se encontrará la fila de
    asientos número 13, ya no existen y la simple razón es la mera tranquilidad de las
    personas que padecen de triscaidecafobia, la fobia al número 13.
  • Aunque parezca mentira y muchos no lo sepan, el vuelo más largo del mundo dura 17
    horas y 30 minutos, mientras que el más corto demora, nada más y nada menos que 47
    segundos.

En fin, pasé por un proceso personal que llevó tiempo, provocó dolores de cabeza y costó horas de nervios y ansiedad en el aire, pero hoy en día puedo planificar viajes sin pensar en que hay un vuelo de por medio y, como señal de superación, puedo confesar con orgullo que antes de subir al avión estoy más ansiosa por saber qué van a servir para comer que por el vuelo en sí.

Es cuestión de animarse y salir a volar porque, tal como dijo el maestro Gabriel García Márquez, «El verdadero temeroso del avión no es el que se niega a volar, sino el que aprende a volar con miedo”.

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