Acariciar vacas en un intento por encontrar, al menos por un rato, un alto grado de felicidad: así podríamos describir el novedoso concepto de Koe knuffelen. Se trata de una última moda procedente de los Países Bajos (anteriormente nombrada como Holanda). La propuesta promete cambiar rotundamente nuestra forma de concebir el entorno rural y después de conocer en detalle sobre la experiencia de seguro que confirmaremos que algo de razón tienen.
Propiciar el contacto con la naturaleza es una de las máximas recomendaciones que nos dejará este inédito y apagado 2020. De por sí, más de una vez hemos escuchado hablar del poder de calma que nos transmite acariciar animales (mascotas mismas) o apoyar parte de nuestro cuerpo sobre espacios verdes… parece que ahora esta filosofía de vida está dispuesta a convertirse en una norma y no en una excepción o algo a lo que recurrir en un estado de desesperación.
Koe knuffelen, término que designa ‘acariciar vacas’ en holandés, comprende una tendencia nacida en algunas granjas del noroeste de los Países Bajos que ya se ha expandido por toda Europa y Estados Unidos. La iniciativa tiene por objetivo ayudar a propiciar la armonía entre humanos y naturaleza, y también ayudar a relajarnos de una forma orgánica entre pastos y caricias.
Tal como reflexiona Condé Nast Traveler, para la religión hindú, la vaca siempre fue el símbolo de la Madre Tierra y su leche, sinónimo de calma y paz para la práctica de la meditación: «Para la ciencia occidental, la vaca es un animal cuya temperatura corporal es mayor que la de los seres humanos pero el promedio de su ritmo cardiaco se traduce en menos latidos por minuto. Esta realidad, fundida con el ser humano, da lugar a la más apacible de las sincronías. O mejor dicho, al koe knuffelen«.
¿Qué tipo de beneficios podemos encontrar en la acción de acariciar vacas? En su mayoría varios que resultan desconocidos para la sociedad: el contacto con la vaca relaja e incluso libera en los seres humanos altas cantidades de oxitocina, la glándula relacionada con nuestras capacidades sociales. Es precisamente esta hormona la que nos conecta con los demás, la que nos inyecta esa fuerza que da forma al afecto, a la reproducción y la lactancia, al amor en todas sus formas y matices.
En diálogo con Traveler.es, Nicolette Bouman, encargada de gestionar las reservas y visitas en una granja en la provincia de Güeldres, al este de Holanda, confiesa: “Empezamos a abrazar a nuestras vacas hace veinte años, tras un brote de fiebre aftosa que afectó a gran parte del ganado de Holanda… Mi hermana era la granjera en ese momento y se le ocurrió la idea de invitar a las personas que llegaban de la ciudad para que viesen con sus propios ojos cómo es la ganadería lechera y la vida con nuestras vacas. Es una buena forma de acercar a las personas a la naturaleza y fomentar el respeto por las vacas y los agricultores. Por otro modo de vida”.
A raíz de aquel recuerdo, Nicolette diseñó el proyecto Koeknufflene en la finca Noord Empe, una experiencia a partir de la cual se realizan diferentes planes y visitas para grupos de mínimo 4 personas por precios que oscilan entre los 25 y 75 euros por persona.
Según cómo esté el clima en la jornada, será posible acercarse a las vacas en el pasto o bien en su establo, donde la guía se dirige a los visitantes para contarles acerca de cómo surgió el proyecto e, incluso, cómo los seres humanos podemos entender los sonidos de la vaca y poder comunicarnos con ellas. Una vez que eso haya sucedido, es momento de ir al encuentro más agradable con los animales: sentir la humedad del hocico de Doerak, una de sus vacas, esa piel de 39 grados tan cálida como relajante, 700 kilos que soportan cualquier apoyo y la certeza de que la vaca acepta tu abrazo, y que te lo devuelve a su modo entregando también todo su cariño.