Un pueblo japonés recurre a marionetas para revivir sus calles ante la falta de niños

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En Japón, la crisis de natalidad es una realidad tangible, y ningún lugar lo ejemplifica mejor que Ichinono, un pequeño pueblo donde la mayoría de sus habitantes superan los 65 años y que no ha visto el nacimiento de un niño en dos décadas, hasta la llegada de Kuranosuke Kato. Para combatir la soledad y el vacío que dejó la ausencia de jóvenes, el pueblo ha optado por una peculiar solución: llenar sus calles con marionetas de tamaño real.

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Estas marionetas, que se encuentran en parques y aceras, parecen representar a una comunidad viva y activa, con algunas jugando en columpios, otras empujando carritos de leña, y otras más mostrando sonrisas que pueden resultar tanto acogedoras como inquietantes para los visitantes. Hisayo Yamazaki, una viuda de 88 años, admite que estas figuras artificiales han superado en número a los residentes reales. “Todos se fueron y nunca volvieron, encontraron trabajos en otros lugares. Ahora pagamos el precio”, lamenta.

Ichinono solía prosperar gracias al cultivo de arroz y la destilación de sake, pero el éxodo de sus jóvenes hacia las ciudades, en busca de estudios y mejores oportunidades laborales, ha hecho que la población se reduzca a apenas 60 habitantes. En medio de esta realidad, el nacimiento de Kuranosuke Kato en 2024 trajo un rayo de esperanza. Sus padres, Rie y Toshiki, se mudaron al pueblo en 2021 buscando una vida más tranquila tras la pandemia y un entorno que les permitiera un trabajo más flexible. “El niño es nuestro orgullo. Es prácticamente mi bisnieto, una cosa tan linda”, declara con cariño Ichiro Sawayama, el jefe del gobierno municipal, de 74 años.

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La llegada de Kuranosuke ha traído un sentido de unión y alegría a la comunidad. Sus vecinos lo adoran, lo cuidan y a menudo le llevan comida. Para sus padres, la decisión de vivir en un entorno rural ha sido gratificante. Toshiki, su padre, comenta: “Solo por nacer aquí, nuestro hijo disfruta del amor, el apoyo y la esperanza de tanta gente”. Rie, su madre, también destaca la cohesión del pueblo, donde se siente valorada y reconocida.

Este fenómeno no es único de Ichinono; muchas zonas rurales en Japón enfrentan una realidad similar. Taro Taguchi, profesor de desarrollo comunitario en la Universidad Tokushima, subraya que la topografía de Japón y sus normas restrictivas complican la atracción de nuevos habitantes. Las regulaciones exigen que los nuevos residentes cuenten con el aval de tres personas de larga residencia y ofrezcan contribuciones de arroz o dinero, lo que desalienta a posibles nuevos residentes.

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El nuevo primer ministro, Shigeru Ishiba, ha calificado la baja fertilidad como una “emergencia silenciosa” y se ha comprometido a revitalizar las zonas rurales, aunque el camino por recorrer es largo y desafiante.

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