En el corazón de los Alpes suizos, un desastre natural borró del mapa a Blatten, un pequeño pueblo del valle de Loetschental que había resistido durante siglos. En cuestión de minutos, una parte de la montaña y del glaciar colapsó sobre la aldea, arrasando con hogares, la iglesia, hoteles y granjas.
Los 300 habitantes habían sido evacuados poco antes gracias a la alerta de geólogos que advirtieron sobre la inestabilidad del terreno. Aun así, la pérdida fue devastadora. Lukas Kalbermatten, cuyo hotel había pertenecido a su familia por tres generaciones, lo resume con nostalgia: “El ambiente del pueblo, sus callejones, los recuerdos de la infancia… todo desapareció”.

La reconstrucción avanza lentamente. Se espera que Blatten pueda estar limpio para 2028 y que las primeras casas nuevas estén listas en 2029. Pero el costo es altísimo: cientos de millones de dólares, hasta un millón por residente. El gobierno y el cantón prometieron ayuda financiera, y donaciones ciudadanas ya reunieron millones. Sin embargo, en un país donde dos tercios del territorio es montañoso, la gran pregunta resuena: ¿vale la pena reconstruir cada pueblo alpino en riesgo?
Los científicos aseguran que el cambio climático fue un factor clave en la tragedia. El deshielo del permafrost, el “pegamento” que mantiene unidas las montañas, y el retroceso de los glaciares hacen que los deslizamientos de tierra sean cada vez más frecuentes e impredecibles. En los días previos al derrumbe, el umbral de cero grados superó los 5.000 metros, una cifra récord para Suiza.
Otros pueblos como Brienz y Kandersteg ya han sido evacuados por riesgos similares. Y en 2017, un deslizamiento en Bondo mató a ocho excursionistas, recordando que estas catástrofes no son aisladas.
La situación abre un debate doloroso: ¿invertir miles de millones en proteger comunidades alpinas o aceptar que algunas deberán ser abandonadas? Un editorial del influyente diario Neue Zürcher Zeitung llegó a hablar de una “trampa de empatía”, cuestionando si Suiza puede seguir pagando el precio del “mito de los Alpes” que forma parte de su identidad.

Para muchos suizos, sin embargo, la respuesta es clara. El concepto de “heimat”, ese lazo emocional con el lugar donde crecieron, pesa más que cualquier cálculo económico. Tradiciones únicas como las máscaras Tschäggättä del valle de Loetschental corren el riesgo de desaparecer si los pueblos se despueblan.
Hoy, en Wiler, donde se reubicaron temporalmente los habitantes de Blatten, la vida continúa entre abrazos, limpieza de escombros y planes de reconstrucción. Helicópteros, ingenieros y hasta el ejército trabajan sin descanso para recuperar lo perdido.
“Hay 300 historias de vida enterradas ahí abajo”, recordó un comandante del ejército suizo. Y para quienes lo perdieron todo, como Kalbermatten, el mensaje es simple: “Lo importante es que seguimos aquí. Eso es lo que cuenta”.





