El Pasaje de Drake: el mar salvaje que pone en riesgo a los navegantes y sostiene el futuro del planeta

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Redactora
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Entre la punta más austral de Sudamérica y la gélida península antártica se extiende uno de los mares más temidos del planeta: el Pasaje de Drake. Este corredor oceánico, célebre por sus tormentas descomunales y olas capaces de superar los veinte metros, ha puesto a prueba durante siglos a marineros y exploradores. Para quienes se aventuran a cruzarlo, la travesía no solo representa un desafío físico, sino también un encuentro con la fuerza indómita de la naturaleza.

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El Pasaje de Drake debe su ferocidad a un fenómeno único: los vientos circumpolares, que rodean la Tierra sin encontrar barreras naturales, impulsan una energía imparable sobre las aguas. A esto se suman movimientos sísmicos frecuentes y un oleaje tan extremo que incluso los cruceros modernos han sufrido tragedias. Por ello, la región es considerada el paso marítimo más peligroso del mundo.

Pero bajo la superficie, este mar encierra un papel aún más crucial. Allí fluye la corriente circumpolar antártica, la más poderosa del planeta, que conecta los océanos Atlántico, Pacífico y Austral. Este gigantesco río submarino transporta calor, nutrientes y carbono, funcionando como un motor invisible del clima global. Gracias a él, la región se convierte en uno de los mayores sumideros naturales de carbono del planeta, absorbiendo cada año millones de toneladas que ayudan a frenar el avance del cambio climático.

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El Pasaje de Drake también sostiene la abundancia de vida antártica. Sus corrientes arrastran nutrientes que alimentan al plancton, base de la cadena trófica que sustenta al kril, pingüinos, focas y las majestuosas ballenas que habitan estas aguas. Sin este pasaje, la Antártida no sería el continente helado que conocemos hoy, ni existiría la biodiversidad que lo caracteriza.

Cruzarlo sigue siendo una experiencia transformadora. Muchos viajeros optan por vuelos para evitarlo, pero quienes se enfrentan a sus olas coinciden en que el arribo a las costas antárticas, tras días de marejadas y tormentas, es un rito de iniciación. Es la prueba de que la naturaleza, en su estado más salvaje, aún dicta sus propias reglas.

El Pasaje de Drake no es solo una frontera marítima: es un símbolo del poder de los océanos y un recordatorio de lo vital que resulta protegerlos para asegurar el futuro climático y ecológico de la humanidad.

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