En todo el planeta, apenas dos rinocerontes blancos del norte siguen con vida. Se llaman Najin, de 36 años, y Fatu, de 25, madre e hija que residen bajo extrema protección en la reserva Ol Pejeta Conservancy, en Kenia. Ellas son las últimas representantes de su subespecie, luego de que en 2018 muriera Sudán, el último macho, tras ser sacrificado por problemas de salud.
La situación es crítica: ni Najin ni Fatu pueden gestar crías por complicaciones de salud, y Najin ya no puede donar ovocitos debido a su avanzada edad. Por eso, la única esperanza de supervivencia de la especie está en la fertilización in vitro (FIV). Los científicos de BioRescue, un consorcio internacional, trabajan con óvulos de Fatu y esperma preservado de machos fallecidos, intentando crear embriones que luego serían implantados en rinocerontes blancos del sur como madres sustitutas.
Pero el camino está lleno de dificultades. En 2023, un embarazo pionero terminó en tragedia cuando una rinoceronte blanco del sur murió por una infección bacteriana mientras gestaba un embrión de rinoceronte blanco del norte. A ello se suman los riesgos de anestesiar a animales que pesan toneladas y la escasa disponibilidad de ovocitos.
El caso de Najin y Fatu aparece reflejado en el documental de Disney “The Last Rhinos: A New Hope”, que retrata la dramática carrera contra el tiempo para evitar que esta subespecie desaparezca para siempre.
El rinoceronte blanco del norte no es la única especie en situación límite: en Indonesia, apenas sobreviven unos 50 ejemplares de rinoceronte de Java, y el rinoceronte de Sumatra, reconocido por sus dos cuernos, cuenta con menos de 50 individuos en libertad.
Hoy, la existencia de Najin y Fatu se ha convertido en un símbolo global de la lucha por la conservación. Su legado podría definir no solo el futuro de su propia especie, sino también el rumbo de los grandes esfuerzos internacionales para salvar a los gigantes más amenazados del planeta.
