A más de 5.000 metros de altura, en los confines del Himalaya indio, se esconde uno de los misterios arqueológicos más sobrecogedores del mundo: el lago Roopkund, conocido como el “lago de los esqueletos”. Sus orillas, cubiertas de restos humanos, han desconcertado durante décadas a científicos y exploradores que intentan descifrar cómo llegaron allí cientos de cuerpos.
Las primeras hipótesis hablaban de ejércitos perdidos, caravanas de comerciantes atrapadas en tormentas o víctimas de antiguas epidemias. Incluso, la tradición local cuenta que una diosa castigó a un rey y su corte con una tormenta de granizo, dejando tras de sí los huesos que aún hoy rodean el agua helada.
Sin embargo, los estudios recientes con ADN antiguo, isótopos y dataciones de radiocarbono revelaron un panorama mucho más complejo. Los restos pertenecen a individuos de orígenes distintos y separados por casi un milenio. Un grupo, datado alrededor del año 800 d. C., corresponde a poblaciones del sur de Asia, posiblemente vinculadas con peregrinaciones religiosas a la diosa Nanda Devi. Otro grupo, datado hacia el 1800 d. C., incluye personas con ascendencia mediterránea, procedentes de regiones cercanas a Creta y Grecia.
Este hallazgo desconcierta aún más: ¿qué hacía un grupo de viajeros mediterráneos en un rincón remoto del Himalaya hace apenas dos siglos? ¿Fueron exploradores, diplomáticos o devotos atrapados por el clima extremo? Lo cierto es que, hasta ahora, ningún registro histórico explica su presencia.
Roopkund sigue siendo una tumba colectiva sin explicación definitiva, un lugar donde los caminos de diferentes pueblos se cruzaron con la muerte en circunstancias que la ciencia aún no logra aclarar. Un misterio en las cumbres que, lejos de resolverse, abre nuevas preguntas sobre los lazos ocultos entre culturas separadas por miles de kilómetros.
