Salinas Grandes de Jujuy: el desierto blanco que une historia, cultura y paisajes hipnóticos

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Ubicadas a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, las Salinas Grandes de Jujuy son mucho más que la postal viral que circula en redes sociales. Este salar milenario, considerado el tercero más grande de Sudamérica, combina un escenario natural hipnótico con millones de años de historia geológica y prácticas ancestrales que todavía se mantienen vivas.

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Llegar hasta allí es en sí mismo una experiencia. Desde San Salvador de Jujuy son 190 kilómetros atravesando la imponente Cuesta de Lipán, un camino de altura que deslumbra con paisajes increíbles pero que también puede provocar mal de altura. Por eso, muchos turistas eligen hacerlo en tours organizados y con los clásicos caramelos de coca como aliados infaltables.

Al llegar, una superficie blanca infinita recibe a los visitantes. El acceso cuesta $8.000 por persona e incluye el acompañamiento de guías locales, quienes además se han convertido en verdaderos expertos de la fotografía creativa: capturas donde los viajeros parecen estar dentro de botellas o sosteniendo objetos gigantes. Estas imágenes se transformaron en una marca registrada en Instagram y TikTok.

Pero más allá de lo visual, las Salinas Grandes guardan un origen que se remonta a entre 5 y 10 millones de años. La evaporación de aguas volcánicas dejó una costra de sal de hasta 30 centímetros de espesor, tan resistente que incluso soporta el paso de vehículos medianos.

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La extracción de sal sigue un proceso manual y ancestral: las piletas se llenan con agua subterránea y el sol puneño acelera la evaporación. Parte de esa sal se entrega en forma de ofrenda ritual, como muestra de respeto y gratitud hacia la naturaleza.

El turismo allí está gestionado por comunidades indígenas, que administran un parador con baños limpios ($500), comidas típicas como las tortillas caseras ($3.000), bebidas locales y artesanías. Los guías, además, ofrecen recorridos donde explican no solo la historia y la geología del lugar, sino también su valor cultural y espiritual.

Visitar las Salinas Grandes es vivir una experiencia doble: por un lado, un paisaje sobrecogedor que invita a jugar con la cámara; por otro, un encuentro con la identidad andina, donde la cultura, la sostenibilidad y la naturaleza conviven en equilibrio.

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