La propuesta suena futurista, pero ya es una realidad: una empresa tecnológica ofrece US$200.000 a personas dispuestas a ceder su rostro y su voz para ser utilizados en un robot humanoide. La iniciativa reavivó un debate tan fascinante como inquietante sobre los límites éticos, legales y personales de la identidad digital en la era de la inteligencia artificial.
El acuerdo implica autorizar el uso de rasgos faciales, expresiones, gestos y tono de voz para entrenar y operar un androide capaz de interactuar con humanos de manera realista. En otras palabras, el robot no solo se parecería físicamente a la persona, sino que también hablaría y se expresaría como ella, replicando su identidad en un entorno artificial.

Para muchos, la cifra resulta tentadora. Sin embargo, especialistas advierten que el verdadero costo no es económico, sino simbólico y legal. La experta en inteligencia artificial Gabriela Morales señala que vender la identidad digital abre interrogantes clave: ¿quién controla esa imagen una vez firmado el contrato?, ¿por cuánto tiempo puede utilizarse?, ¿qué sucede si el robot dice o hace algo con lo que la persona no está de acuerdo?
Desde el mundo del modelaje, Ashley Flete aporta otra mirada. Para ella, el uso del cuerpo y la imagen como activo comercial no es nuevo, pero la diferencia radica en la permanencia y autonomía que adquiere esa identidad cuando se transfiere a un sistema de IA. “No es una campaña o una sesión de fotos: es una versión tuya que puede seguir existiendo y actuando incluso cuando vos ya no estás”, advierte.
El influencer Fabián Medrano, en tanto, pone el foco en el impacto cultural y social. En un contexto donde la imagen personal ya es una moneda de cambio en redes sociales, la posibilidad de vender el rostro y la voz a una empresa tecnológica lleva esa lógica al extremo. “El riesgo es perder el control sobre quién sos en el espacio digital”, plantea.

Más allá del caso puntual, la propuesta expone un vacío legal que aún no está del todo resuelto en muchos países. La propiedad de la identidad digital, el derecho a la imagen, la voz y la representación futura son temas que avanzan más lento que la tecnología que los impulsa.
La pregunta queda abierta: ¿vale US$200.000 renunciar al control de tu propia imagen y voz? En un mundo donde los límites entre lo humano y lo artificial se vuelven cada vez más difusos, vender la identidad podría ser el próximo gran dilema de la era digital.




