En 2005, el empresario sueco-británico Johan Eliasch tomó una decisión que generó tanto admiración como controversia: adquirió cerca de 400.000 acres de selva amazónica en Brasil con el objetivo de detener la tala ilegal y proteger una de las regiones con mayor biodiversidad del planeta.
Eliasch, conocido también por su participación en la organización Cool Earth, buscó con esta acción impulsar iniciativas de conservación y ofrecer un modelo alternativo frente a la devastación que sufren los bosques tropicales. La idea era clara: comprar tierras amenazadas para evitar que fueran arrasadas por la explotación maderera y agrícola.
El gesto, sin embargo, abrió un intenso debate internacional. Para algunos, se trató de un compromiso sincero con el medio ambiente y un ejemplo de cómo los actores privados pueden colaborar en la protección del planeta. Para otros, despertó preocupaciones sobre la soberanía nacional y la privatización de recursos naturales, al poner bajo control extranjero parte de un ecosistema clave como la Amazonía.
A casi dos décadas de aquella compra, la acción de Eliasch sigue siendo recordada como un símbolo de las tensiones que existen entre la necesidad urgente de conservar los bosques y las complejas cuestiones políticas y sociales que rodean a la región amazónica.





