Tailandia: mi visita al centro de masajes de la prisión de mujeres de Chiang Mai

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Redactor
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Estábamos en Tailandia, más precisamente en el norte, en la turística Chiang Mai. Pablo, mi novio, ya conocía Tailandia, Chiang Mai y casi todo el recorrido que hicimos. En cambio, yo soy debutante en pasar tanto tiempo lejos de casa y también debutante en estar tan cerca de mí.

Antes de viajar a Chiang Mai, Pablo me dijo que indagara qué quería hacer. Busqué en San Google lo típico —“qué ver y hacer en Chiang Mai”— y se repetía una constante: los masajes. Ya había comprobado en otras ciudades de Tailandia que todas ofrecían masajes a los turistas y que se trataba de un arte.

No hubo conversación donde alguien no recomendará o hiciera algún comentario sobre el tópico “Masajes”. Llegué a pensar que yo solo quería uno para formar parte de la lista de quienes dicen “estuve ahí e hice lo que se debe hacer”.

A esta intriga se le sumó la culpa. Cuando se viaja de mochilero o con presupuesto ajustado, todo lo que salga de la trilogía de alimento, alojamiento y transporte es un gasto. Y si ese gasto se hace, debemos estar convencidos que valió cada centavo. Así que esta elección de “dónde hacerse un masaje” se convirtió en una responsabilidad.

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Hasta ese momento en el viaje nunca me había interesado el tópico “Masajes”. En mi mente, que tiene huellas de época de escasez, eso es algo que solo hacen quienes tienen tiempo y plata. Quizás por eso mi interés mutó en curiosidad cuando, en medio de mi búsqueda, encontré “masajes en la cárcel de mujeres de Chiang Mai”.

El programa funciona desde el 2002, para que las mujeres que no cometieron delitos graves (hurto, estafas, prostitución, etc.) puedan encontrar una salida laboral y reincorporarse en la sociedad. También funciona como un ahorro, ya que la plata que generan se les entrega una vez que salen.

image manos de una presa Carcel

El programa fue implementado por una directora de la cárcel (Naowarat Thanasrisuthara, que ahora tiene su propio centro de masajes, uno de los más famosos en Chiang Mai). La idea nació al buscar la raíz del problema que sufrían las mujeres que cometen delitos nuevamente. El patrón siempre era el mismo: esposo/padre ausente o preso y ellas sin posibilidades de encontrar un trabajo por la desconfianza que genera una ex presidiaria.

El escenario carcelístico que me imaginaba eran puertas blindadas, policías con uniformes de color negro o gris, poca luz, la suficiente para ver mujeres amontonadas con caras hostiles, de enojo y tristeza, esa que se ignora para que no se haga más grande, y mucho olor a cigarrillo.

Llegamos a un jardín interno tras atravesar la vegetación de un verde enérgico como el pasto sintético. Frente a la entrada una oficina pequeña con lugar solo para un escritorio y dos mujeres que nos dieron la bienvenida juntando las palmas de las manos haciendo una reverencia, vestían camisa y pantalón de un color rojo y bordo suaves, olían a la mañana en un bosque de pinos después de llover, llevaban rodetes y, como todo Tailandia, (sospecho a esta altura, después de 20 días recorriendo este país) sonreían.

image manos de una presa Alex en Jardin

Me quedé sorprendida como árbol petrificado. Pablo muy natural se sacó los zapatos y entró. Nos dieron turno para dentro de una hora, el lugar era agradable para esperar ahí y tenía wifi, así que aproveché para subir historias y no conectar con mis nervios y ansiedad.

Entramos a un cuarto con luz muy tenue iluminado por el sol que se filtraba por algunas ventanas esmeriladas y alguna luz encendida que permitía ver por donde caminar, la gente que se encontraba allí, los asientos y las camillas pero dando cierto aire de calidez e intimidad.

Olía a frescura, como si alguien hubiese destapado un frasco con mentol y eucalipto. Pasamos una especie de pasillo que forman los sillones de ambos lados donde hacen foot massage.

Estoy por darme mi primer masaje y es en una prisión, pensé mientras cruzaba el umbral de entrada. Era un arco de flores blancas, de pétalos grandes con forma de campana y vegetación verde, tenía algunos corazones colgando con agradecimientos de clientes hacia las presas, había un pequeño jardín, para no más de ocho personas, una fuente de agua, mesas y sillas hechas de tronco de árboles, olía a incienso, algo habitual en estos lares para espantar a los demonios. Nada que me hiciera imaginar que allí había personas que cumplían una condena.

image manos de una presa Listos

El lugar no parecía muy grande, pero se notaba que todo estaba bien distribuido y decorado de forma tal que nadie se acordara de que allí funcionaba una cárcel. Los únicos indicios eran los alambres de púas que se extendían en la medianera de la pared que se podía observar en el jardín de espera.

Pensé mucho en ello durante todo el tiempo que pasé en ese lugar: en las condenas, en la forma que todos tenemos de hacer distinta nuestras vidas, en qué hacemos con nuestra libertad. Voy a pensar en mi familia, en mi mamá sobre todo. No es masajista, pero desde chica recuerdo que le elogiaba sus manos de piel fina, color aceituna, pequeñas pero huesudas.

También recuerdo a mi mamá por una frase que me decía y que volvió a mi cabeza en este lugar. Durante una época de nuestras vidas en que éramos carentes de todo -sobre todo de afectos-, mi mamá me dijo que yo la había salvado. Yo tendría unos 6 u 8 años y no le di mucha importancia. Cuando fui creciendo esas mismas palabras tomaron otra forma, otro lugar en mi vida. Y en el rompecabezas de mi historia familiar, esa frase fue una pieza que dio sentido a todo lo demás.

Entendí que la cárcel puede ser un lugar, una persona, nuestros cuerpos, una vida que no queremos. Entendí que mi mamá puso en mí una fuerza que lleva ella adentro hasta el día de hoy: yo solo fui la chispa que encendió ese fuego.

Sin querer, tracé un paralelo entre estas mujeres y donde podría estar mi mamá hoy si yo no la hubiera “salvado”. ¿Qué delito cometieron? ¿Qué pasó en sus vidas que no tuvieron ese “alguien” que las salvara como a mi mamá?

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La señora que iba a ser mi masajista se acercó al extremo de la cama donde yo aguardaba. Me sonrió desde el extremo de la cama, juntó las manos e hizo una reverencia. Le sonreí y, no sé porque, se me empañaron los ojos.

Me emocionan siempre las mujeres que pasaron por algún calvario y pudieron encontrar la forma de superarlo. Creo, que más que por ser ejemplo de superación, porque sirven de hilo conductor hacia mi propia historia.

Pensé en las profesiones que estas mujeres encuentran cuando quedan al margen del camino. Pensé en esas manos que me trataban con amor y firmeza, si ya eran así antes, si entre rejas se puede aprender con amor. Pensé, si cuando tuvieron oportunidad, si es que la tuvieron, hubieran elegido ser masajistas.

Es paradójico porque uno de los últimos masajes fue una especie de abrazo que nos dimos para aflojar mi espalda y fue justo lo que necesitaba. Cerré los ojos, junté mis manos y le agradecí, casi no pude decir nada, menos en inglés y mucho menos en thai.

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Me gusta imaginar a estas mujeres empoderadas cuando están ejerciendo como masajistas como contrapartida de lo que imagino debe ser un lugar oscuro, caluroso, solitario como una cárcel.

Me gusta imaginar que yo, durante esa hora, fui su estrategia de resistencia para sacarle la lengua a una sociedad y a un mundo que nos deja como barquito de papel en medio del mar. Me gusta imaginar que fui un poquito de esa misma fuerza que fui para mi mamá, hace algunos años atrás.

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2 comentarios

  1. Linda! linda! linda! me emocione de tanto amor que llevas en tu alma,preciosa que sigan siendo tan felices y disfruten la vida viajando,hacen una hermosa pareja,se merecen la felicidad,un beso.

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