Dos meses han transcurrido de confinamiento en Shanghái donde se dejaron postales virales tan increíbles como tristes. Tal es el ejemplo de los vídeos en los que se escucha a los habitantes de la ciudad gritando desde sus balcones. El agónico confinamiento por el COVID-19 en Shanghái terminó a la medianoche del miércoles, lo que provocó celebraciones templadas por el temor de que un brote pudiera regresar.
La mayoría de los 25 millones de residentes de Shanghái ahora pueden salir libremente de casa, regresar al trabajo, usar el transporte público y conducir sus automóviles, entre otras cosas.
A la medianoche, pequeños grupos reunidos en el antiguo barrio de la Concesión Francesa de la ciudad silbaron, gritaron «levantamiento de la prohibición» y chocaron copas de champán.
Shanghái Disneyland, que aún no ha anunciado una fecha de reapertura, transmitió en vivo un espectáculo de luces para «celebrar el levantamiento del cierre de Shanghái». Usaron una expresión china que también significa «prohibición» que los funcionarios de la ciudad han evitado.
La terrible experiencia de Shanghái se ha convertido en un símbolo de lo que los críticos dicen que es la insostenibilidad de la adhesión de China a una política de cero COVID que tiene como objetivo cortar todas las cadenas de infección, a toda costa, incluso cuando gran parte del mundo intenta volver a la normalidad a pesar de las infecciones en curso.
Las restricciones de COVID en Shanghái y muchas otras ciudades chinas han golpeado a la segunda economía más grande del mundo y enredado las cadenas de suministro globales, aunque el número de casos ha mejorado y las restricciones se han relajado desde las profundidades de los bloqueos de abril.
China dice que su enfoque, una política característica del presidente Xi Jinping, es necesario para salvar vidas y evitar que su sistema de salud se vea inundado. La incertidumbre y el descontento causados por la gestión del COVID de China han creado turbulencias no deseadas en la población.
