La Diablada Pillareña, el ícono turístico nacional del Ecuador

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Redactor
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Eran las 10 de la mañana y el frío cobijaba a los escasos transeúntes del sector. La explosión del primer volador, un fuego artificial construido artesanalmente y compuesto de carrizo y pólvora, anunciaba el inicio de la festividad, invitando a congregarse en los alrededores de la plaza/coliseo de la parroquia Marcos Espinel, comunidad perteneciente al cantón Píllaro.

El primero de enero es el primer día de la “Diablada Pillareña”, la mayor festividad de la ciudad, Patrimonio Cultural Intangible del Ecuador.

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Una fiesta patrimonial que cada año congrega a miles de disfrazados en una procesión de diablos, guarichas, capariches y parejas de línea que recorren la ciudad durante los seis primeros días de enero.

Píllaro es una ciudad de la provincia de Tungurahua, ubicada en la región central del Ecuador. Está ubicada a 30 minutos de la ciudad de Ambato. A escasos metros de la plaza, la primera guaricha -un hombre vestido con un camisón celeste-, rondaba una de las esquinas del sector. Bebía cerveza, sin compañía alguna, esperando a sus compañeros de baile.

El silencio de la mañana fue interrumpido con la llegada de un vehículo que anunció el arribo de la banda de pueblo contratada para la jornada. Mientras los músicos saludaban, el primer diablo apareció. Las guarichas llegaban, las familias se reunían; los amigos compartían el licor artesanal, entre abrazos, gritos y cantos.

La “Diablada Pillareña” se desarrolla cada año, entre el 1 y el 6 de enero.

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Una de las guarichas gritó “banda” y el grupo de músicos empezó a entonar sus instrumentos compuestos por tambores, trompetas y un gran bombo. Las guarichas saltaron a la calle y al son de melodías populares mostraban sus piernas, alzaban sus camisones y botellas de licor, saltaban, movían abiertamente sus brazos. El lugar de escasos transeúntes pronto se convirtió en un bullicioso lugar, sacudiendo la tranquilidad del día.

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La festividad se remonta a aquellos tiempos donde “los de Tunguipamba peregrinaban a Chacata para cortejar a las damiselas, los varones del lugar hacían mamotretos con calabazas para ahuyentarlos, al no conseguirlo se disfrazaron de diablos” (según la Revista Diners). Versión que más tarde fue desmentida por uno de los participantes que conoce el origen de la celebración.

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Las máscaras de diablo reposaban en la calle y los disfrazados se contaban por decenas. El día gris repentinamente se convirtió en un día caluroso que obligó a los disfrazados y turistas a refugiarse en la plaza/coliseo. Los gritos de “banda, banda, banda” cada vez eran más frecuentes. El espacio de gran tamaño exigía a la banda entonar con mayor fuerza sus composiciones.

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Muchos de los que bailan desconocen el significado de la festividad. Bailan porque sus abuelos o padres lo hicieron, no obstante, sienten propia una festividad muy antigua que los obliga a mantener este legado. Niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos cubrían sus rostros con las grandes máscaras, prediciendo que la partida pronto empezaría.

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La banda abandonó su lugar, rumbo a la mitad de la plaza entonando la canción popular de la ciudad: «Píllaro viejo», un canto popular, íntimo y emotivo. La banda era ovacionada. Los disfrazados, sus familias y los curiosos entonaban fuertemente la canción:

“Píllaro Viejo
Tierra querida
Donde mi vida
Yo he de dejar”.

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“Píllaro viejo” a las 13hrs, marcó el inicio de la partida. Un letrero sujetado por tres hombres indicaba que el éxodo pertenecía a Marcos Espinel. Los seguían una fila de diablos, guarichas, la banda, capariches y parejas de línea.

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El bombo retumbaba a paso lento, entre el calor del mediodía y el licor repartido. El asfalto quemaba los pies. Un desfile de colores quebrantaba el verde campo, Marcos Espinel es una parroquia dedicada a la agricultura y ganadería. Cerca de las 14hrs., el letrero de bienvenido a Píllaro anunciaba la llegada de la comparsa al centro de la ciudad.

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Un descanso era necesario. Los disfrazados buscaban refugio del sol, buscaban refrescar sus gargantas entre licor artesanal, cerveza o agua. Mientras tanto, el sonido de otra banda anunció la llegada de la comunidad “Robalinopamba” a la ciudad, su llegada era la invitación para que “Marcos Espinel” ingrese a las calles principales de Píllaro.

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Un grito levantó a los participantes y la banda empezó a entonar. De repente, cientos de danzantes cubiertos de sus vestimentas y máscaras, saltaron sin recelo alguno. Los turistas aglomerados en las aceras los recibían entre gritos, aplausos. ¡Viva Píllaro! ¡Viva Píllaro Carajo! Gritaban, sin detenerse, era tiempo de disfrutar.

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