La inolvidable experiencia de cruzar la Cordillera de los Andes a caballo

Redactor
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Hace algunos años decidí emprender mi viaje en busca de documentar la identidad de los países que visito ya sea con una fiesta local, un recorrido, tribus, etc. Así que para honrar las bellezas e historias de mi querida Argentina me embarqué en la expedición más histórica del país: bienvenidos a la Cordillera de los Andes.

UNA EXPEDICIÓN POR LA RUTA SANMARTINIANA

Me siento muy afortunada, estoy sentada en mi caballo y veo frente a mí la Cordillera de los Andes. Montañas, y nada más que imponentes montañas. Tengo miedo, pero ese miedo que genera la adrenalina de la extrema curiosidad por saber hasta dónde podré realizar este viaje. En realidad, no es un viaje es “La expedición Sanmartiniana de la Cordillera de los Andes”.

La hazaña del cruce de los Andes que realizó el general San Martin el 19 de enero de 1817 se compara con movimientos de guerra tales como los que mantuvieron Aníbal y Napoleón en sus épocas. Fue algo único, hoy 201 años después es algo único, y me encuentro conmemorando en primera persona uno de los más emblemáticos movimientos revolucionarios que tuvo Sudamérica.

La expedición comienza en el parador Manantiales, ubicado a unas dos horas camino arriba por las montañas desde Barreal, pequeño pueblo sanjuanino de Argentina que también forma parte de esta jornada. Es que la cordillera solo nos permite vivir esta experiencia durante tres meses en el año, de diciembre a febrero y debemos respetarla.

Entre expedicionarios, arrieros, baqueanos y guías partimos aproximadamente 25 personas, y la verdad, asusta imaginarse que solo somos un puñado entre tanta inmensidad.

Nos dividieron en dos grupos, el de la carga conlas mulas provistas para vivir siete días en la montaña y nosotros, los expedicionarios. Los expedicionarios, guiados por Quique, Cristian y Ubaldo, quienes desde diferentes ópticas conocen la cordillera como la palma de su mano.

Las cabalgatas diarias se regulaban conforme el destino del próximo campamento. El primer día solo son dos horas, mientras que los consecutivos varían entre ocho horas, diez y algunos de cuatro o seis.

El camino por el macizo montañoso de los Andes no es para los miedosos, mientras lo hacíamos nos contaban que San Martín reclutó soldados con el requisito de que sean apasionados por la patria, el deber y el honor, y hoy en día el legado es muy similar para los aventureros.

Se trata de un recorrido de siete días que no dispone de baños ni duchas, a menos que juntes valor y te higienices en un río de alta montaña o en alguna cascada perdida por ahí. Sí garantiza habitaciones con vistas alucinantes, campamentos frente al Aconcagua, asados, pizza y los mejores guisos caseros a la luz de un millón de estrellas y unas pocas linternas, o si tenés suerte, del gran lucero.

Se trata de un recorrido exigido: comenzamos con una primera adaptación y nos quedamos en el campamento llamado Los Hornillos (2900 msnm). El ejército sanmartiniano pasó cuatro días allí y se conoce esta parada por sus famosos asados.

Nosotros solo pasamos una noche cumpliendo con las órdenes del general y claro, probando la comida histórica. Al día siguiente el camino ya se dispara a los 4500 msnm, al famoso paso del Espinacito.

Cuentan que San Martín no le tenía tanto miedo a la batalla como sí a la cordillera. El General las separaba estratégicamente en cuatro macizos diferentes, pre cordillera mendocina, el tigre (desde donde partimos), el temible espinacito y el famoso hito fronterizo.

Y por ahí íbamos nosotros aquel día rumbo al Espinacito, en un camino pequeño y empinado que conducía al portezuelo más alto de América.

Pero señores, el cansancio y los dolores pasan a un plano totalmente tolerable. El escenario vale la pena el sacrificio, el viento corta los labios, el aire falta y cuesta caminar, desconociendo que debíamos guardar suficiente energía que no sabíamos que teníamos para llevar el caballo a pie en un camino sinuoso, angosto y totalmente inclinado hacia abajo.

Así y todo, la osadía de estar en las entrañas de las montañas más importantes del continente y la diversidad de colores frente a nuestros ojos en esas formaciones escondidas son el mejor premio para cualquier esfuerzo.

Nuestra expedición continúa entre los verdes matorrales del Valle de los Patos, los cerros Mercedario y la Ramada, a la altura de los cielos. Nos cruzamos con algunos de los pocos habitantes de este inhóspito lugar, los pastores trashumantes llamados “crianceros”; siendo estos los últimos que quedan por esta parte del mundo.

Con sus cabras y algunos acompañados con sus familias, pasan todo el verano elaborando queso para luego comercializarlo en su vuelta al lado chileno, porque claro todos son del país vecino puesto que Chile no tiene pastizales en su lado de la cordillera.

Y si algo tiene esta frontera es que tanto como lo fue en la época de San Martin, como hoy, las relaciones humanas de quienes viven de ambos lados siempre fueron amenas y comprensivas para la supervivencia.

Finalmente tras tres días de acampe, la expedición hace hito. Desde lejos lo observábamos con ansiedad mientras cabalgábamos lentamente por la altura, pero a los pocos metros del monumento que conmemora la gesta de San Martín y O´Higgins la emoción se apodera del momento.

Nuestros guías nos ubican como frente de batalla, pocas palabras se dijeron en ese momento. Cuando se alzaron las banderas de Argentina y Chile, nos olvidamos del cansancio, del viento, del frío o del calor, nos miramos todos entre sí, y entendimos que alguien daría la orden que nos haría llegar con honor y orgullo de ser aunque sea ese día protagonista de una historia lejana.

Entonces desde el corazón y al unísono sale el grito sagrado “¡Viva la patria!”, y como si fuera el combustible que nos estuviera faltando para llegar galopando sobre nuestros caballos cruzamos el límite. Es que ahí con las banderas izadas, donde comprendimos que Argentina y Chile se hermanan.

Así como hace unos años lo hicieron cinco mil hombres que coronaron su expedición en una revolución libertadora que jamás olvidaría el nuevo continente; nosotros más de 200 años después, la revivimos.

Para volver a conectarnos con la historia, con la naturaleza, con nuestras pasiones. Para superar nuestros miedos, dejarnos guiar por nuestro instinto. Para olvidarnos de la tecnología, de la rutina, de las presiones. Para volver a sentirnos ¡LIBRES!

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