Los dueños del Machu Picchu aparecen: una historia llena de polémicas

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En Perú hay una mujer que dice ser la dueña de Machu Picchu y de todos sus terrenos. Una controvertida declaración, que lleva más de 20 años de disputa, que ha vuelto a poner sobre la mesa una incógnita: ¿A quién pertenece esta joya reconocida por la Unesco?

Roxana Abrill confirmó muy asegurada durante el año 2003 que el impresionante complejo arqueológico de Machu Pichu y todos sus terrenos pertenecían a su familia. Tan segura estaba al respecto que decidió aventurarse a demandar al estado peruano reivindicando la propiedad y exigiendo que le devolvieran el terreno.

Sin embargo, ella no ha sido la única que ha reclamado la propiedad de estas ruinas, elegidas en 2007 como una de las siete maravillas del mundo moderno y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1983. En 2005 Blanca Zavaleta y sus hermanos también afirmaron ser dueños de los terrenos que rodean Machu Picchu y los caminos incas de sus alrededores.

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Unas declaraciones controvertidas, más por tratarse de uno de los grandes reclamos del país, que terminó resolviéndose en 2019 tras más de una década de litigios. La Corte Superior del Cusco declaró infundada la demanda presentada por la familia Abrill, que exigía al estado el pago de 100 millones de dólares por el uso de las 13.000 hectáreas de tierras explotadas por el turismo.

El ministro de cultura de Perú, Luis Jaime Castillo, recordó tras la resolución que “el patrimonio cultural arqueológico es propiedad del Estado, y a veces esa propiedad se disputa”. Para él, lo principal, era primar el derecho inalienable de todos los peruanos por defender sus baluartes del patrimonio cultural.

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Aunque, si bien es cierto, tanto la familia Abrill como la familia Zavaleta presentaron unos documentos que, efectivamente, les hacían poseedores de estas tierras. Esta es su historia:

Los problemas legales en torno a la ciudadela inca se iniciaron en 1944, cuando las dos familias se dividieron la propiedad a pesar de la existencia de una ley que detallaba que el Estado era propietario de los restos arqueológicos.

La división fue clara: los Abrill se quedaban con las ruinas y los Zavaleta con la red de caminos incas. Y de ahí surge la verdadera polémica, porque esta repartición tuvo la aprobación de un notario, un documento que ha sido durante los 15 años de peleas judiciales la principal baza de ambas familias. El Estado, finalmente, pudo demostrar que los terrenos de estas familias, que en efecto les pertenecían, fueron expropiados durante la Reforma Agraria en 1960 y 1970.

Pero para entender el resultado del pleito hay que conocer a Mariano Ignacio Ferro, que entre 1904 y 1910 compró a una familia de apellido Nadal una propiedad de 22.000 hectáreas, que incluía la ciudadela.

Este terrateniente fue el que dejó su propiedad en herencia a su hija Tomasa, que se casó con el abogado José Emilio Abrill. Ante la creciente popularidad de Machu Picchu, Abrill empezó unas largas gestiones para que el Estado le expropiara los terrenos a cambio de una compensación económica. Pero los gobiernos se vieron incapaces de calcular el precio que debían pagar a la familia.

Es por eso que en los años 40 del siglo pasado Abrill se dedicó a vender parte de su propiedad. Y ahí es donde entra la familia Zavaleta, que se quedó con una parte de este territorio a cambio de una jugosa compensación económica a esperas de que el Estado se decidiera a comprarlo. Pero nunca se formalizó la compra.

El Estado actuó a golpe de ley, para preservar unos territorios que son de todos los ciudadanos peruanos, estableciendo que “todos los monumentos prehispánicos existentes en el territorio nacional pasaban a ser propiedad del Estado”. Las familias Abrill y Zavaleta siguieron defendiendo que la norma no se aplicaba en su caso, porque los títulos de propiedad de sus familias databan de entre 1904 y 1910.

El resultado ya lo sabes: el Estado peruano, velando por la conservación de su querido Machu Picchu, decidió a través de la Corte Superior de Justicia que esos terrenos pertenecían a todos y cada uno de sus habitantes. Y es, por eso, por lo que Macchu Pichu ya tiene dueño: el corazón de todos los peruanos.

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